Las Adze conforman una raza de vampiros provenientes del África, más precisamente de las regiones de Togo y Ghana.
El filósofo y antropólogo Mircea Eliade explica que la palabra Adze significa algo así como "similar a un hacha", sin alumbrar demasiado sobre la relación de este nombre con los macabros hábitos de sus portadoras.
Las Adze son vampiresas, pero diametralmente opuestas a sus hermanas europeas, americanas y asiáticas.
En parte porque las Adze son espíritus incorpóreos que no tienen antecedentes terrenales, es decir, no provienen de algún tipo de conversión de ultratumba y no se producen mediante una mordida o pacto satánico.
Mircea Eliade sugiere que esta filiación de las Adze con el universo espiritual se observa claramente en sus apariciones.
En Ghana, por ejemplo, solo aparecen bajo la forma de un brillo tenue, incierto, similar al destello errático de las estrellas reflejadas en el agua; aunque también se dejan ver como luciérnagas particularmente brillantes.
En Togo, en cambio, las Adze se corporizan bajo la forma de un escarabajo negro que, durante los bailes rituales, se desliza cautelosamente en las bocas de las hechiceras.
Esta incorporación de las Adze por parte de las hechiceras de la tribu ocurre en medio de ceremonias arcaicas, vigorosos bailes y banquetes de dudosa etiqueta.
Durante esos ritos las madres se ocultan en sus chozas con sus niños, ya que las Adze que han penetrado en el cuerpo de las hechiceras inmediatamente buscan alimentarse con la sangre del primogénito más joven de la tribu.
No hace falta adjuntar el comentario de los etnólogos para imaginar el brote de horror que se esparce por las aldeas y comarcas cuando se ejecuta el antiguo ritual de las Adze.
Las viejas danzan frenéticamente alrededor del fuego, entonando maldiciones y enseñándole a la luna sus pechos marchitos, mientras los hombres se ocultan virilmente en la maleza. Luego de varias horas de bailes, en los que no están ausentes las rimas picantes, las Adze realizan su ronda y comienzan a visitar cada una de las chozas de la comarca hasta que dan con el infante adecuado.
Una vez capturado, el niño es llevado al centro del festival y devorado hasta los huesos.
El notable antropólogo Alfred Reginald Radcliffe-Brown advierte que, a pesar de la astucia inmemorial de las Adze, no es infrecuente que las madres de los primogénitos logren vencerlas.
Efectivamente, las Adze pierden sus propiedades mágicas en el mismo instante en el que se incorporan al cuerpo de las hechiceras, es decir, cuando dejan de ser espíritus.
Muchos especialistas se preguntan, con absoluta razón, por qué las madres de los primogénitos sustraídos no reaccionan debidamente contra este comportamiento hematófago, abandonando la aldea apenas se inician los bailes.
Mircea Eliade, más campechano, desliza en voz baja que las hechiceras, mucho antes de incorporar el espíritu sediento de las Adze, sustituyen en secreto al niño por un cerdo joven, cuya carne fulmina a estas vampiresas.
El filósofo y antropólogo Mircea Eliade explica que la palabra Adze significa algo así como "similar a un hacha", sin alumbrar demasiado sobre la relación de este nombre con los macabros hábitos de sus portadoras.
Las Adze son vampiresas, pero diametralmente opuestas a sus hermanas europeas, americanas y asiáticas.
En parte porque las Adze son espíritus incorpóreos que no tienen antecedentes terrenales, es decir, no provienen de algún tipo de conversión de ultratumba y no se producen mediante una mordida o pacto satánico.
Mircea Eliade sugiere que esta filiación de las Adze con el universo espiritual se observa claramente en sus apariciones.
En Ghana, por ejemplo, solo aparecen bajo la forma de un brillo tenue, incierto, similar al destello errático de las estrellas reflejadas en el agua; aunque también se dejan ver como luciérnagas particularmente brillantes.
En Togo, en cambio, las Adze se corporizan bajo la forma de un escarabajo negro que, durante los bailes rituales, se desliza cautelosamente en las bocas de las hechiceras.
Esta incorporación de las Adze por parte de las hechiceras de la tribu ocurre en medio de ceremonias arcaicas, vigorosos bailes y banquetes de dudosa etiqueta.
Durante esos ritos las madres se ocultan en sus chozas con sus niños, ya que las Adze que han penetrado en el cuerpo de las hechiceras inmediatamente buscan alimentarse con la sangre del primogénito más joven de la tribu.
No hace falta adjuntar el comentario de los etnólogos para imaginar el brote de horror que se esparce por las aldeas y comarcas cuando se ejecuta el antiguo ritual de las Adze.
Las viejas danzan frenéticamente alrededor del fuego, entonando maldiciones y enseñándole a la luna sus pechos marchitos, mientras los hombres se ocultan virilmente en la maleza. Luego de varias horas de bailes, en los que no están ausentes las rimas picantes, las Adze realizan su ronda y comienzan a visitar cada una de las chozas de la comarca hasta que dan con el infante adecuado.
Una vez capturado, el niño es llevado al centro del festival y devorado hasta los huesos.
El notable antropólogo Alfred Reginald Radcliffe-Brown advierte que, a pesar de la astucia inmemorial de las Adze, no es infrecuente que las madres de los primogénitos logren vencerlas.
Efectivamente, las Adze pierden sus propiedades mágicas en el mismo instante en el que se incorporan al cuerpo de las hechiceras, es decir, cuando dejan de ser espíritus.
Muchos especialistas se preguntan, con absoluta razón, por qué las madres de los primogénitos sustraídos no reaccionan debidamente contra este comportamiento hematófago, abandonando la aldea apenas se inician los bailes.
Mircea Eliade, más campechano, desliza en voz baja que las hechiceras, mucho antes de incorporar el espíritu sediento de las Adze, sustituyen en secreto al niño por un cerdo joven, cuya carne fulmina a estas vampiresas.