Como sí y no vender tu alma

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Jinete Volad@r
Miron
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Sobre cómo sí​

La historia del pacto con el diablo o pacto satánico es algo más que una simple tradición. Es, de hecho, una leyenda que nos lleva a las fronteras del mito y los arquetipos. Su pasado es tan extenso y prolífico que incluso se ha ganado un lugar en el catálogo tipológico Aarne-Thompson, bajo la categoría AT 756B, es decir, contrato con el demonio.

La leyenda del pacto con el diablo presupone que el alma es un bien negociable, y que de hecho puede venderse a cambio de favores, como éxito, dinero, fama, amor, conocimiento y poder. No obstante, también se define como una forma de adoración o reconocimiento, un acto que se realiza sin solicitar prebendas a cambio.


Existen dos finales invariables para todas las leyendas de pactos satánicos. La primera es la condenación eterna del "vendedor" por haber cometido semejante blasfemia. La segunda detalla la victoria del hereje que se redime apelando a giros contractuales que dejan muy mal parado al demonio.

Un caso paradigmático es el cuento medieval del arquitecto que acuerda con el diablo la construcción de un puente a cambio del alma del primero que lo cruce. El diablo lo construye sin demoras, y el arquitecto hace cruzar primero a un gato, engañando de este modo al señor de las tinieblas, al parecer muy poco preocupado por la letra chica de los contratos que firma.

La génesis del pacto con el diablo tiene sus raíces en el paganismo, y en especial en la ofrenda y sacrificio que se realizaba a los dioses a cambio de favores y giros venturosos. Con la llegada el cristianismo los dioses desaparecieron, o bien fueron paulatinamente asimilados por santos locales, pero no así la costumbre de realizar sacrificios, simbólicos o concretos. El único oyente para estos reclamos mundanos fue el diablo, capaz de acudir a su llamado con la urgencia de las viejas deidades paganas.

Un caso medieval clásico de pacto satánico es protagonizado por el clérigo Teófilo, enemistado con el obispo local, lo cual estancó su carrera al punto de llevarlo realizar un pacto con el diablo para avanzar en la iglesia. Teófilo vende su alma al diablo, pero es rescatado por la intervención directa de la Vírgen María.

Ya en el siglo IX d.C., la misma historia aparece en un texto llamado Miraculum Sancte Marie, firmado por un tal Teófilo el penitente. Aquí se introduce la figura de un mediador entre el solicitante y el diablo, en este caso, un judío, el gran paradigma medieval del mago y nigromante.

La naturaleza del pacto con el diablo se fue haciendo más y más compleja. El pacto en sí mismo pasó a ser una mera formalidad contractual. El diablo a menudo solicitaba algo más que almas ya corruptas, por ejemplo, la consagración bautismal de los recién nacidos. También se suponía que alguien que había pactado con Satanás debía asistir regularmente a sus reuniones clandestinas, llamadas aquelarres y sabbats; donde se realizaban complejos rituales amorosos con la intervención de súcubos, íncubos, demonios y funcionarios públicos.

Curiosamente, los mismos crímenes y abominaciones que el cristianismo adosó a los concilios paganos coinciden perfectamente con los delitos que los romanos incriminan a los primeros cristianos durante el siglo II d.C; esto es: fiestas y sacrificios donde se efectuaban encuentros sensuales ilegítimos y poco convencionales.

El pacto con el diablo podía ser tanto oral como escrito. El primero se concretaba mediante invocaciones y complejos ritos. Una vez que el diablo se hacía presente, el mago o nigromante le solicitaba un favor determinado a cambio de su alma. Si bien el contrato oral no dejaba evidencias archivables, el diablo se aseguraba del cumplimiento mediante una marca oculta en la piel, casi siempre en las nalgas o detrás de la oreja. Estas marcas eran cubiertas con cicatrices, lunares, pecas y pequeñas manchas, lo cual volvía culpable a prácticamente cualquiera que cayera bajo las garras de la inquisición.

El pacto escrito excluía las marcas físicas pero requería de un contrato físico firmado por el oficiante y el o los demonios intervinientes. En general se utilizaba sangre a modo de tinta. El diablo no se quedaba con una copia del contrato, sino que hacía firmar a su devoto en un grueso volumen llamado el Libro Rojo de Satán.

Además del conocidísimo Fausto, inmortalizado por Marlowe y Goethe, otros personajes célebres fueron acusados de que su talento provenía de un pacto con el diablo, entre ellos, el violinista Niccolò Paganini, el compositor Giuseppe Tartini, Oscar Wilde, Amadeus Mozart y Beethoven.

Algunos sostienen que el pacto satánico ha caído en desuso durante el último siglo. En definitiva, la gente vende su alma espontáneamente a cambio de ambiciones que no requieren la intervención demoníaca. Ya no hay marcas ni pergaminos firmados con sangre. En cambio, existen acuerdos intangibles que se formulan día a día en base a decisiones aparentemente banales.

Sobre cómo no​

Primero lo leyó todo: libros prohibidos, grimorios, hechicería. Investigó. Meditó. Cometió toda clase de tropelías para hacerse digno de la presencia de Satanás.

El proceso no fue sencillo. Una cosa es decidirse a negociar el alma y otra muy distinta adquirir los conocimientos necesarios para permutar.

Finalmente, después de muchos años de estudios y actos de vandalismo, el hombre inició el último rito.

Velas, círculos de fuego, espadas flamígeras, palabras mágicas, y el príncipe de las tinieblas apareció.

—¿Qué quiere? —preguntó Satanás en tono confidencial.

—Vender mi alma.

—Imposible.

—¿Por qué?

—Porque ya es mía.