Quizá, cuando encuentren este insignificante diario, muchos pensarán que me volví loco en el transcurso de la guerra, que deliraba, o que era imaginación mía, otros dirán que dije la verdad.
Era mi tercer mes en Guadalcanal, estaba muy mal alimentado, constantemente nos hidratábamos con los cocos de las palmeras, ya que los acorazados japoneses habían hundido muchos de nuestros barcos con provisiones y otros recursos.
En el transcurso de los tres meses que estuve en la isla he vivido los peores horrores de mi vida… No sólo a causa la guerra y de los cadáveres mutilados que iba encontrando por el camino, sino por las cosas realmente extrañas que pasaban a nuestro alrededor en la gran selva húmeda y totalmente oscura cuando anochecía.
Cuando llegamos en agosto a la isla y desde los primeros sucesos escalofriantes, yo pensé en un desembarco mortífero, en el cual nos esperaban ametralladoras o bombardeos enemigos… Afortunadamente no fue así, pero el horror empezaría esa misma noche, cuando por error habíamos matado a uno de nuestros compañeros de trinchera, Martín Rozenberg. Descubrimos su cuerpo al amanecer, ya que anteriormente nadie podía salir de la trinchera por temor a que nos detectaran los japoneses. Vimos el cuerpo de Martín totalmente acribillado por nuestros disparos, todos se preguntaban por qué había salido de su posición sabiendo que todos estábamos preparado a disparar a cualquier movimiento…
Robert Sheford, quién estaba a pocos metro de Martín en el momento que fue baleado, dijo que sintió que él, Martín, luchaba contra alguien esa noche. Robert no pudo identificar quién o qué era con lo que estaba forcejeando Martín, pensó que era un japonés que se había metido a su trinchera, aunque lo más raro que confesó es, que cuando Martín fue disparado, Robert se quedó despierto toda la noche y no vio nunca a nadie salir de la trinchera donde él estaba, es más, fue el mismo Robert el primero en describir que se trataba de Martín al que disparamos.
Luego del extraño hecho seguimos avanzando, y tuvimos nuestro primer enfrentamiento con el enemigo ese día; perdimos 21 soldados. Nuestro capitán al mando estaba muy enojado ya que alguien le había dado mal las coordenadas a donde ir, aunque fuera una emboscada. Luego de semanas de lucha, acampamos en una pequeña parte de la selva isleña y dormimos hasta el amanecer. Cuando despertamos, nos encontramos con la sorpresa de que seis hombres no estaban en el acampado, más raro nos pareció que todas sus pertenencias estaban ahí, solamente faltaban ellos. Al principio creímos que se habían ido a orinar o al río, pero nunca más volvieron, era como si hubiesen desertado y tragado la tierra, porque no dejaron rastros ni nada.
El capitán se disgustó mucho y lo único que se le pasaba por la cabeza es que huyeron. La séptima noche en la que descansamos, nuevamente volvió a ocurrir, esta vez nueve hombres habían desaparecido dejando sus pertenencias, ya el capitán empezaba a maldecir de qué demonios estaba ocurriendo.
Ya con dudas, seguimos caminando y nos encontramos con un avión caza de la RAF (Royal Air Force) estrellado. Samuel, quien era experto en la mecánica aérea, examinó el avión estrellado. No estaba del todo destruido, como si quisieran aterrizar y no pudieran por el impacto fatal.
Samuel descubrió algo muy extraño; aparte de que no había un cuerpo, ya que quizás la persona había sobrevivido y había huido o simplemente se eyectó, fue que la nave no presentaba fallas de pilotaje ni marcas de que fuera atacado. No obstante, abrió la parte trasera del caza y vio que el mecanismo interior estaba totalmente destruido, con marcas de mordeduras y arañazos... "saboteado" es lo que pensamos. Sam fotografió el suceso y más tarde lo envió a un forense aéreo, el cual no nos dio resultados concretos, sino más que nada científicos.
Segundo mes en la isla. Batallas feroces y perdidas mortales, el verdadero horror nos llegaría cuando, al caminar por las costas de la isla, nos encontrásemos con un cadáver colgado en la rama de un árbol: estaba cabeza abajo y en estado de descomposición, a tal punto que al bajarlo, muchos trozos de su piel de habían caído, y su cara estaba despellejada. No tenía ojos, lengua, ni orejas. Fue horrible.
Decidimos acampar cerca de ahí para ver si obteníamos algunos resultados del suceso. Me dormí y por la madrugada me despertó un ruido de forcejeo. Cuando sigo el ruido veo a Robert luchando contra algo. Hago ruido con mi rifle, y es cuando me quedo paralizado, observando que lo que estaba encima de Robert. No era una persona, no era un japonés, no me saldrían las palabras para describir esa cosa que vi. Lo que puedo decir, es que era algo horrible, con ojos saltones y blancos, y similar a un indígena, como un pigmeo. Quizá era alguien que tenía el síndrome de enanismo, pero no me importaba, por lo que inmediatamente disparé. No sé si le di, porque a pesar de estar temblando de miedo, huyó corriendo, trepó por un árbol y desapareció; una persona con una herida de bala de ese tamaño no habría podido siquiera seguir caminando.
Se empezaron a escuchar sonidos de todo tipo. Todo se estaba tornando demasiado sombrío, así que decidimos irnos del lugar. Mientras nos íbamos empezamos a sentir a los árboles moviéndose con pesadez, a pesar de que eran árboles duros y macizos, cuyas ramas difícilmente podrían ser dobladas. La oscuridad nos impedía ver con claridad quién estaba agitando de esa forma las ramas, pero veíamos siluetas humanoides que saltaban de copa en copa. Fue espantoso, y empezamos a disparar sin saber a qué le estábamos tirando.
Llegamos a un campamento con otros soldados, estábamos totalmente asustados, y lo único que decíamos es que nos seguían. Obviamente ellos pensaron que se trataban de japoneses, fueron a ver qué pasaba, y al volver nos dijeron que no encontraron nada. Decidimos no contar lo que había ocurrido ya que nos tildarían de locos desquiciados. Gracias a Dios, nunca más volvieron a ocurrir esas cosas, pues al amanecer nos trasladaron a otro batallón de la Isla.
A pesar de que fue un momento corto, fue el peor de todos aquellos vividos durante nuestra estancia. Aún no sé qué eran las cosas que nos perseguían esa noche, y la cara despellejada de esa persona, aun no se me borra. El avión saboteado desde el aire. Son cosas que seguirán en incógnita por el resto de mi vida.
Más tarde descubrí que en la isla habitaban hombres de descendencia kojiku, tribus indígenas japonesas practicantes del ocultismo. Hacían espeluznantes sacrificios rituales, e invocaciones... ¿a qué? No lo sé. Lo que sí sé es que, incluso luego de haber pasado experiencias terribles, jamás volveré a poner un pie en aquella isla.
Era mi tercer mes en Guadalcanal, estaba muy mal alimentado, constantemente nos hidratábamos con los cocos de las palmeras, ya que los acorazados japoneses habían hundido muchos de nuestros barcos con provisiones y otros recursos.
En el transcurso de los tres meses que estuve en la isla he vivido los peores horrores de mi vida… No sólo a causa la guerra y de los cadáveres mutilados que iba encontrando por el camino, sino por las cosas realmente extrañas que pasaban a nuestro alrededor en la gran selva húmeda y totalmente oscura cuando anochecía.
Cuando llegamos en agosto a la isla y desde los primeros sucesos escalofriantes, yo pensé en un desembarco mortífero, en el cual nos esperaban ametralladoras o bombardeos enemigos… Afortunadamente no fue así, pero el horror empezaría esa misma noche, cuando por error habíamos matado a uno de nuestros compañeros de trinchera, Martín Rozenberg. Descubrimos su cuerpo al amanecer, ya que anteriormente nadie podía salir de la trinchera por temor a que nos detectaran los japoneses. Vimos el cuerpo de Martín totalmente acribillado por nuestros disparos, todos se preguntaban por qué había salido de su posición sabiendo que todos estábamos preparado a disparar a cualquier movimiento…
Robert Sheford, quién estaba a pocos metro de Martín en el momento que fue baleado, dijo que sintió que él, Martín, luchaba contra alguien esa noche. Robert no pudo identificar quién o qué era con lo que estaba forcejeando Martín, pensó que era un japonés que se había metido a su trinchera, aunque lo más raro que confesó es, que cuando Martín fue disparado, Robert se quedó despierto toda la noche y no vio nunca a nadie salir de la trinchera donde él estaba, es más, fue el mismo Robert el primero en describir que se trataba de Martín al que disparamos.
Luego del extraño hecho seguimos avanzando, y tuvimos nuestro primer enfrentamiento con el enemigo ese día; perdimos 21 soldados. Nuestro capitán al mando estaba muy enojado ya que alguien le había dado mal las coordenadas a donde ir, aunque fuera una emboscada. Luego de semanas de lucha, acampamos en una pequeña parte de la selva isleña y dormimos hasta el amanecer. Cuando despertamos, nos encontramos con la sorpresa de que seis hombres no estaban en el acampado, más raro nos pareció que todas sus pertenencias estaban ahí, solamente faltaban ellos. Al principio creímos que se habían ido a orinar o al río, pero nunca más volvieron, era como si hubiesen desertado y tragado la tierra, porque no dejaron rastros ni nada.
El capitán se disgustó mucho y lo único que se le pasaba por la cabeza es que huyeron. La séptima noche en la que descansamos, nuevamente volvió a ocurrir, esta vez nueve hombres habían desaparecido dejando sus pertenencias, ya el capitán empezaba a maldecir de qué demonios estaba ocurriendo.
Ya con dudas, seguimos caminando y nos encontramos con un avión caza de la RAF (Royal Air Force) estrellado. Samuel, quien era experto en la mecánica aérea, examinó el avión estrellado. No estaba del todo destruido, como si quisieran aterrizar y no pudieran por el impacto fatal.
Samuel descubrió algo muy extraño; aparte de que no había un cuerpo, ya que quizás la persona había sobrevivido y había huido o simplemente se eyectó, fue que la nave no presentaba fallas de pilotaje ni marcas de que fuera atacado. No obstante, abrió la parte trasera del caza y vio que el mecanismo interior estaba totalmente destruido, con marcas de mordeduras y arañazos... "saboteado" es lo que pensamos. Sam fotografió el suceso y más tarde lo envió a un forense aéreo, el cual no nos dio resultados concretos, sino más que nada científicos.
Segundo mes en la isla. Batallas feroces y perdidas mortales, el verdadero horror nos llegaría cuando, al caminar por las costas de la isla, nos encontrásemos con un cadáver colgado en la rama de un árbol: estaba cabeza abajo y en estado de descomposición, a tal punto que al bajarlo, muchos trozos de su piel de habían caído, y su cara estaba despellejada. No tenía ojos, lengua, ni orejas. Fue horrible.
Decidimos acampar cerca de ahí para ver si obteníamos algunos resultados del suceso. Me dormí y por la madrugada me despertó un ruido de forcejeo. Cuando sigo el ruido veo a Robert luchando contra algo. Hago ruido con mi rifle, y es cuando me quedo paralizado, observando que lo que estaba encima de Robert. No era una persona, no era un japonés, no me saldrían las palabras para describir esa cosa que vi. Lo que puedo decir, es que era algo horrible, con ojos saltones y blancos, y similar a un indígena, como un pigmeo. Quizá era alguien que tenía el síndrome de enanismo, pero no me importaba, por lo que inmediatamente disparé. No sé si le di, porque a pesar de estar temblando de miedo, huyó corriendo, trepó por un árbol y desapareció; una persona con una herida de bala de ese tamaño no habría podido siquiera seguir caminando.
Se empezaron a escuchar sonidos de todo tipo. Todo se estaba tornando demasiado sombrío, así que decidimos irnos del lugar. Mientras nos íbamos empezamos a sentir a los árboles moviéndose con pesadez, a pesar de que eran árboles duros y macizos, cuyas ramas difícilmente podrían ser dobladas. La oscuridad nos impedía ver con claridad quién estaba agitando de esa forma las ramas, pero veíamos siluetas humanoides que saltaban de copa en copa. Fue espantoso, y empezamos a disparar sin saber a qué le estábamos tirando.
Llegamos a un campamento con otros soldados, estábamos totalmente asustados, y lo único que decíamos es que nos seguían. Obviamente ellos pensaron que se trataban de japoneses, fueron a ver qué pasaba, y al volver nos dijeron que no encontraron nada. Decidimos no contar lo que había ocurrido ya que nos tildarían de locos desquiciados. Gracias a Dios, nunca más volvieron a ocurrir esas cosas, pues al amanecer nos trasladaron a otro batallón de la Isla.
A pesar de que fue un momento corto, fue el peor de todos aquellos vividos durante nuestra estancia. Aún no sé qué eran las cosas que nos perseguían esa noche, y la cara despellejada de esa persona, aun no se me borra. El avión saboteado desde el aire. Son cosas que seguirán en incógnita por el resto de mi vida.
Más tarde descubrí que en la isla habitaban hombres de descendencia kojiku, tribus indígenas japonesas practicantes del ocultismo. Hacían espeluznantes sacrificios rituales, e invocaciones... ¿a qué? No lo sé. Lo que sí sé es que, incluso luego de haber pasado experiencias terribles, jamás volveré a poner un pie en aquella isla.