Prólogo
Cuando observé de cerca su estatua en la facultad de artes de la universidad de Bolonia, todas mis rencores y dudas sobre su persona se resolvieron de inmediato. Al principio no me preocupé por tal milagro. Los detalles de su cara le hacían ver más anciano de lo que en realidad fue. El libro que sostenía en su regazo, uno antiguo con una cruz estampada en la portada, me dio escalofríos. Los pinceles que sostenía con la mano izquierda me dejaron absorto por unos segundos.Me senté en una banca y seguí apreciando la obra de arte mientras prendía un cigarrillo. Todas las horribles experiencias de mi adolescencia volvieron a mí para darme revancha. Las rechacé y reflexioné por varias horas los eventos más importantes de mi vida.
La oscuridad de la noche mezclada con las oscuras y relampagueantes nubes me obligaron a irme. Una fuerte llovizna me cogió desprevenido. Me encapuché y fui corriendo al parqueadero. Un relámpago cayó a unos centímetros de mí. El impacto me hizo retroceder y caí de espaldas. Al devolver la vista, me tapé los ojos usando ambos brazos. Mi más grande pesadilla de la juventud, gigante y poderosa, me acechaba de nuevo. Me juzgaba con sus seis ojos y sus tres bocas expulsaban fuego. Aunque no lo demostraba, sabía que se estaba burlando de mí. Tambaleando llegué al auto. Cerré con seguro y levanté todas las ventanas.
Me encontré otra vez en un lugar muy familiar. Un lugar que no había visitado en un largo tiempo. Miré a mi alrededor. Un mundo vació, oscuro y nuboso, donde el frio es tu única compañero.
Me levanté del suelo y caminé por un rato en ese extraño mundo, en busca de la mínima señal de vida.
Mis esperanzas dejaron de volverse cada vez más pequeñas cuando, a la lejanía, vi la sombra de una persona. Me le acerqué trotando y le toqué con suavidad la mejilla. Samuele, tan conocido para mí a pesar de los cuatro siglos que nos diferencian, me besó la mejilla y se rió de ello. Lágrimas salieron de mis ojos. Tenía tantas cosas que decirle. Cuando empecé a tartamudear me tomó del hombro y se puso un dedo sobre el labio. Me callé de inmediato. Acercó sus labios a mis oídos y me susurró frases incomprensibles. Pero para mí tenían todo el sentido del mundo y escuché cada una hasta el final. Con cada minuto que pasaba, Samuele aumentaba el tono de su voz y la fluidez de sus palabras. Al tiempo que hacía eso, el mundo a nuestro alrededor se inundaba. Para el momento que terminó de dar su mensaje, el agua nos llegaba a la barbilla. Este sueño concluyó un tsunami que me devolvió a la oscuridad.
Un rayo de luz me devolvió a la realidad. Me sentía mojado, incómodo, pero lo importante era que estaba aliviado. Me quité la chaqueta empapada y conduje hasta el hotel donde me hospedaba. Me acosté con la renovada necesidad de volver a soñar, lo cual me había prometido hacía varias años nunca volver a hacer.
Ouroboros
La primera revelación que tuve en un sueño fue a los siete años. Estaba postrado en la cama debido a una fiebre violenta. Los eventos en este sueño me han seguido toda la vida y espero que se quede conmigo hasta que me muera.Supe que ese sueño era diferente a los demás por el brillo que despedían todas las cosas a mi alrededor. El pasto brillaba. Las hojas de los árboles y sus frutos también lo hacían. Ningún otro sueño había sido tan vivido como en el que me encontraba.
Me levanté del árbol donde me recostaba y recorrí gran parte del tranquilo bosque. Una serpiente extraña, con la mitad del cuerpo clara y la otra oscura, salió de su escondite en las ramas de un árbol y se interpuso en mi camino.
Al verla, me quedé quieto como una piedra. Permití que se arrastrara cerca de mis zapatos, subiera por mi pierna, se enroscara en mi brazo. Me dijo:
─Tú eres el más nuevo de sus descendientes. Escucha mi voz y conocerás tu destino.
Acepté sin reproches. La serpiente, que más tarde se haría llamar Ouroboros, me guio hasta la puerta de un sótano integrado en la tierra. La abrí y encontré unas escaleras de piedra anchas. Bajamos y llegamos a un tipo de escondite sucio y muy poco iluminado.
Al escuchar pasos me oculté detrás de un mueble. Ouroboros me explicó que no había necesidad de esconderse. Que éramos invisibles por el tiempo que ella estuviera enroscada en mi brazo. Le creí, no tenía forma de reprocharle. Me acerqué y observé el espectáculo al lado de un joven de cabello oscuro. Estaba acompañado de un rubio que poseía extravagantes vestiduras, por lo que lo tomé como el líder, y dos gemelos.
─Te aseguro, Samuele, que este es el momento más importante de nuestras vidas. Se nos ha permitido la visita de un miembro de la Sodalitas Celtica (sociedad secreta fundada por el monje Abate Trithemius). Y cuando nos pruebe, le enseñaremos que somos expertos en su Polygraphia. Se asombrará tanto que nos glorificará y aceptara ─le prometió el rubio al susodicho joven.
─Pero responde, Daciano, esta pregunta. ¿Qué ganamos siguiendo la doctrina de ese hombre? ─le preguntó Samuele.
Ouroboros comentó que aquel joven que preguntó era mi más importante antepasado. Y que mi vida y la de mi familia se debía a su horrible legado. Le pregunté cuál era ese legado. No me respondió, pero me dijo que siguiera oyendo la discusión. Que era importante; y lo fue mucho, ahora que lo recuerdo.
─¿Qué ganamos? Obtendremos todo lo que nos ha sido arrebatado y retenido. No devuelvas la mirada. Sabes en lo más profundo de tu corazón que es verdad. La literatura, las matemáticas, la astrología y la magia. Estas son las llaves que el anciano asqueroso de ropajes blancos y rojos (PP. Pablo IV), junto a los ovejas que son sus seguidores, quiere quitarnos. Porque sabe que con ellas se da muerte a su todo poderoso Dios y su terrible hijo primogénito. Con esas herramientas venceremos a la Iglesia Romana y dejaremos un legado que ella jamás imaginaría...
La puerta por donde entraron se abrió repentinamente. La sonrisa de Daciano se esfumó de repente. Unos sujetos vestidos de blanco con gorros azules, llevando antorchas y ballestas se hicieron presentes.
El primero en cruzar la puerta declaró a todo pulmón:
─En el nombre de Cristo Rey, el romano pontífice Pablo IV y el inquisidor local Fortunato III, se os captura por los delitos de apostasía a la fe y blasfemias contra Dios.
Sus compañeros, tres para ser exacto, alcanzaron y tiraron al suelo a todos menos Samuele. Esta distracción fue suficiente para que escapara por un pasaje secreto detrás de un estante. Mientras se alejaba, Daciano le dijo antes de quedar inconsciente:
─¡Recordad, oh, recordad el día de hoy por el resto de vuestra vida! !La escena en donde abusan de los hombres libres!.
El primer sujeto en entrar se dio cuenta de la fuga. Se hizo responsable de la captura y ordenó a los otros que llevaran a los culpables a la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, y pidieran refuerzos.
Se los llevaron y el líder fue en busca de Samuele. Tras unos minutos, se escuchó un grito de agonía. El joven salió con las ropas llenas de sangre. Se las cambió por las que se encontraban dentro de un escritorio de madera y salió definitivamente por el pasaje.
La revelación terminó con nosotros saliendo del escondite. Todo se veía diferente. El verde pasto fue reemplazado por una tierra seca y gris. Ya no había árboles, sino géiser que expulsaban vapor púrpura.
Le pregunté qué era este lugar y ella me respondió:
─Para resumirlo todo: el rebaño gigante que solo contiene un cabrío macho.
Baphomet
La segunda revelación se dio varios años después.Desperté en el mismo lugar donde terminó el anterior. Me levanté y caminé en línea recta. El calor del vapor que expulsaban los géiser me dieron la bienvenida. La luz de un planeta con varios anillos me ayudó a guiarme hasta el ser del que me había hablado la serpiente.
Salió de la neblina. Un macho cabrío antropomórfico vestido de etiqueta. Le saludé con la mano. Él uso la pata. Se presentó como Baphomet. Explicó su misión: enseñarme la conexión de Samuele y la magia. Para ello me pidió que le siguiera. En mitad del camino empezó a cantar un poema:
Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea
Y su óbolo hubo dado a Caronte, Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,
Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.
Le pedí que cantara uno diferente. Tanto simbolismo iba a romper mis tímpanos. Baphomet comentó:
─Siento las molestias. Es un vicio al que no he podido escapar.
A la sombra te sientas de las desnudas rocas,
y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto, y allí donde las aguas estancadas dormitan y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños, ¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores, cuando con leve paso y contenido aliento, temblando a que percibas mi agitación extrema,
allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!
En un punto diversas edificaciones aparecieron y poco a poco se multiplicaron. Lo mismo hizo la gente y los animales. En media hora ya estábamos en una ciudad antigua pero habitada. Los ancianos y los niños había por montones. Los prisiones, desnudos y débiles, llevaban carga de madera y bolsas llenas de piedras.
Nos detuvimos en la puerta de un gran palacio blanco con ventanas azules. Le pregunté dónde estábamos. Baphomet respondió:
─La residencia de Samuele Navarro durante sus primeros años de estudio en la universidad de Bolonia. Se encuentra en el segundo piso, la habitación al fondo. El joven estudiante llegará en un minutos para realizar su primer ritual. Démonos prisa, joven.
Entramos y subimos las escaleras. Una señorita pasó al lado de nosotros pero pareció no darse cuenta. Llegamos a la puerta. Giré el pomo: estaba cerrada. Le permití a Baphomet y este la abrió con su suma facilidad. No tuve la valentía de preguntarle cómo lo hizo.
Le seguí hasta la habitación de Samuele y cada uno se sentó en un sillón. Le pregunté cómo iba a ser el ritual. Él, sorpresivamente, me respondió:
─Un ritual satánico no es tan sencillo como escribir en una hoja “Filotano fornica” y repetirlo una infinidad de veces. Ya lo veréis por vuestros propios ojos.
Se abrió repentinamente la puerta y el mismísimo Samuele entró, cerrándola estrepitosamente, con una bolsa negra en mano. Había envejecido mucho y poseía una corta barba con la punta pintada de blanco.
Dejó la bolsa en el suelo y sacó de debajo del sillón donde se encontraba Baphomet un libro gordo, con un circulo que abarcaba toda la portada.
Puso el libro en el centro de la habitación y sacó los elementos dentro de la bolsa: un sello de Baphomet (pentagrama con estrella invertida), un cáliz metálico, un par de velas (una negra y una blanca), una campana, un frasco lleno de vino, una pequeña estatua con la forma de una bestia del mar, un pergamino y una caja de fósforos.
Puso el Baphomet junto al libro. Colocó la vela negra a su izquierda y la blanca a su derecha; las prendió usando los fósforos. Al lado de la vela negra colocó el pergamino.
Se levantó con el libro en la mano. Lo abrió en el centro y empezó a recitar:
─In Nomine Dei Nostri Satanas Luciferi Excelsi!
─En el nombre de nuestro Dios Satanás Alta Estrella ─tradujo Baphomet.
─¡En el nombre de Satán, Señor de la Tierra, Rey del Mundo, ordeno a las fuerzas de la oscuridad que viertan su poder Infernal sobre mí. Abrid las puertas del Infierno de par en par y salid del abismo para recibirme como su hermano y amigo! ¡Concededme las indulgencias de las que hablo! He tomado tu nombre para que se haga parte mía. Vivo como las bestias del campo, regocijándome en la vida carnal. Favorezco al justo y maldigo lo podrido. Por todos los Dioses del Averno, ordeno que lo que digo haya de suceder. Salid y responded a vuestros nombres, manifestando mis deseos. ¡Oh, escuchad los nombres! Ovadiche. Mammón. Abraxas. Cimerio. Forras.
─Ovadiche, demonios del que los juglares se creen inspirados, el es quien les revela las cosas futuras. Mammón, dios arameo que da la riqueza y la prosperidad. Abraxas, el más antiguo de los dioses, según ciertos sirios y persas, su nombre está compuesto de las 7 letras griegas cuyo valor numérico es igual a 365. Cimerio, grande y poderoso demonio marqués del imperio infernal, manda en los países africanos y enseña perfectamente la gramática, la lógica, la retórica, descubre los tesoros y revela las cosas ocultas, da ligereza y concede a los campesinos el poder que distingue a los militares. Forras, gran presidente de los infiernos, que se presenta bajo la forma de un hombre vigoroso, conoce las virtudes de las hierbas y piedras preciosas, enseña lógica y ética, hace invisible al hombre ingenioso y bien hablado, da medios para hallar las cosas perdidas, descubre los tesoros y tiene a sus ordenes 29 legiones de demonios.
Samuele tomó la campana y la hizo sonar en sentido contrarreloj.
Sur.
─¡Satán!
Este.
─¡Lucifer!
Norte.
─¡Belial!
Oeste.
─¡Leviatán!
─Satán, Lucifer, Belial y Leviatán. Los cuatro principies del Infierno.
Samuele tomó el caliz. Lo lleno del vino del frasco y lo tomó de un sorbo.
La única ventana del lugar se cerró. Grité y salté del sillón. Baphomet me tomó de la mano y me devolvió al asiento. Me pidió que me calmara.
─No te preocupes. Es el pasado y no nos puede hacer daño ─dijo fraternalmente.
Empezó a oler a sal marina. Le pregunté a Baphomet de dónde provenía el olor. Respondió que desconocía el origen, pero tenía la certeza que la bestia junta a la pared sabría la respuesta. Giré la mirada y vi, traspasando la pared, la cabeza de una criatura horripilante. Tenía tres bocas, una detrás de otra, con dientes puntiagudos y afilados. Sus seis ojos miraban expectantes al estudiante.
─Shemhamforash. Salve Satanás.
Samuele se puso de rodillas. Cogió el pergamino y lo abrió. Lo recitó a todo pulmón:
─Leviatán, criatura aplastada. Concededme mi deseo: ser el artista mas habilidoso de toda la tierra. Y a cambio, os doy la pureza espiritual de mis descendientes. Desde hoy, yo y los hijos de mis hijos te rendimos tributo desde lo más profundo de nuestro corazón.
Samuele se levantó y sacó otra vela. La prendió. Con ella quemó el pergamino.
Tomó otra vez la campana y la tocó. Tras eso dijo:
─Hecho está. Shemhamforash. Salve Satanás.
Se abrió por si sola la ventana y el monstruo marino se largó con la oscuridad.
Samuele devolvió a la bolsa todos los elementos utilizados en el ritual y salió.
Baphomet declaró que la misión había terminado y que no existía razón para seguir aquí. Salimos y recorrimos la ciudad hasta salir de ella. Seguimos caminando hasta llegar a sus afueras y encontramos que la pradera terminaba en un punto y la selva empezaba en otro. Penetramos en ella y terminamos al frente de un acantilado.
El cabrío macho se despidió en este punto y comentó que debía saltar para despertar. Se fue cantando sus poemas. Salté al vacío sin pensarlo dos veces.
Desperté al mediodía en mi cuarto.
Beelzebub
Esta es la última revelación, dada al final de mi adolescencia.Me encontré en un templo en ruinas. Alrededor mío encuentro pilas de cadáveres podridos de animales sacrificados, empalados de ano a la boca.
Salí de esa escena a toda velocidad y encontré al final de las escaleras al demonio que me esperaba algo impaciente. Una criatura con tres cabezas: la de un humano con corona, un gato y otra de una rana, las cuales estaban sostenidas por el lomo y las patas de una araña.
─Torced vuestra alma, mortal. Tu carne ha tenido la suerte de sentir mi incontable poder. Beelzebub, mano derecha del rey del averno, te habla.
Me presenté con respeto, pero el demonio me detuvo en la mitad de la presentación.
─Ya conocía de vuestra existencia. Por ti me han llamado. Para mostraros la muerte de Samuele Navarro, bruto quemándose en unos de los círculos del infierno, y también encomendaros la misión de vuestra vida. Detalles de lo último habrá después. Tomad mi pata para que empecemos esta misión de una vez.
Tomé su pata y nos teletransportamos al salón principal de un monasterio.
En la pared del fondo estaba una replica mediana del Juicio Final de Miguel Ángel. Adelante de esta se encontraba una larga mesa verde donde estaban reunidos un grupo de ancianos con ropajes rojos. En el centro del salón se encontraba un escritorio sobre el que había una Biblia. A la derecha había un trono donde estaba sentado un hombre con ropa mas extravagante que la de los ancianos. Al lado de él estaba un hombre vestido de negro.
Los guardias abrieron la puerta y entró apresuradamente un sujeto con la misma vestimenta que el de negro, pero con un sombrero con una pluma roja.
El de sombrero se arrodilló al frente del sentado en el trono y dijo:
─Inquisidor Leocadia IX, vengo a reportar un descubrimiento inaudito: la guarida del hereje Samuele Navarro. Le he visto mientras hacía guardia. Le he seguido hasta su escondite. Se trata de la la carabela Mantor el leproso. Y para probarlo, he traído esto ─sacó de una bolsita un pincel.
Los ancianos murmuran. El inquisidor le ordenó entregar el pincel y el sujeto cumplió. Leocadia IX se lo enseñó a su consejero. Este lo revisó rápidamente usando una gran lupa. Afirmó la veracidad del objeto.
El inquisidor se levantó. Los ancianos hicieron lo mismo.
─Por el poder impuesto en mis manos por Su Santidad Gregorio XIII, ordeno la captura inmediata de Samuele Navarro para su juicio y posible linchamiento. ¡Jefe de guardia! ─se acercó un caballero con una armadura dorada─ Aliste a todos los hombres posibles. Que se dé la captura a la medianoche.
Beelzebub comentó que nuestra misión aquí había terminado. Nos teletransportó a un cuarto dentro de la susodicha carabela.
Samuele se encontraba llenando de pólvora unos barriles. Al terminar, sacó de debajo de su almohada una pistola y se sentó en el borde del colchón que utilizaba como cama, en espera de que alguien entrara.
Media hora después se tumbó la puerta. Unos caballeros entraron portando afiladas espadas. El líder del grupo expresó:
─Navarro, queda arrestado por apostasía, hechicería y corromper a la juventud.
El pintor se levantó apuntando y, antes de disparar a uno de los barriles, pronunció con frialdad:
─El Sol da luz a todas las cosas con sus propias reservas, y efectúa una copiosa distribución no solo en el cielo y en el aire sino también sobre la tierra, y en lo más profundo del abismo.
Beelzebub nos teletransportó antes de que sucediera el incendio. Volvimos al templo y seguí al demonio hasta un montículo oculto al sur del lugar. Allí nos detuvimos. Empezó la discusión de este modo:
─Ha terminado la primera parte de tu misión. Falta la otra. Debes de cerrar el contrato con el terrible Leviatán que tu antepasado nunca pudo completar. Se trata de terminar la obra encomendada a Navarro antes de que muriera ahogado: la pintura del mismo Satanás en persona ─espetó el demonio.
─¿Pero cómo se supone que complete esa obra? No tengo ni el tiempo ni la habilidad ─le pregunté.
─Ambas os puedo dar. Pero el préstamo tiene un alto costo.
─¿Cuál es ese costo?
─En pocas palabras: sufrir lo mismo sufren las personas que nunca llegarán a ser talentosos: el dolor de la mediocridad y el rechazo. Serás el mejor del mundo pero al mismo tiempo serás el más desdichado.
─¿Y qué vale sufrir tanto?
─Es algo que sobrepasa mi poder de narración. Tendrás que verlo por tus propios ojos.
Puso su pata sobre mi frente y nos teletransportó al cielo de un mundo tenebroso e irregular. Los seres que allí vivían me ahogaban en un mar de agua oscura.
─¿Es este el Infierno? ─le pregunté.
─El verdadero y único, claro está ─respondió.
─Pues no es como me lo imaginaba.
─Pobre criatura. No entiendes el contexto de este mundo triste. No existen las torturas físicas sino mentales. El daño mental es más severo que el físico. Esto dado a que la mente produce fenómenos que el daño físico no puede replicar. Todas las criaturas que se sumergen en esa agua están en un sueño profundo, donde viven a carne propia sus peores pesadillas. ¿Vale más el agotamiento de toda una vida que tener que repetir el mismo dolor infinitamente?
─Al parecer no ─respondí derrotado.
─Es un encanto el ser entendido por un ser de tu nivel. Sigamos con el préstamo.
Nos teletransportó devuelta.
Beelzebub hizo un circulo de fuego que me rodeó. Elevó las llamas y recitó cánticos extraños que no tengo la capacidad de escribir. Cuando terminó, eliminó las llamas y mi mente, sin previo aviso, se vio llena de un nuevo conocimiento que se extendía por millares pero que por un extraño motivo entendía a la perfección.
El demonio se despidió de mí y me explicó que la única forma de escapar a su revelación era recibir un beso de su cabeza humana. Lo recibí y caí dormido para despertar en mi habitación alquilada.
De visu
Me gradué de la Real Academia de Artes con todos los honores. Tenía 25 años. Habían pasado más de seis años desde que Beelzebub me había encomendado la obra pero hasta ese entonces no sabía exactamente qué dibujar.Esa búsqueda terminó el día que conocí la Caída de los ángeles rebeldes de Pierter Brueghel el Viejo. La pintura me había llamado por medio de cánticos los cuales me tardé en entender de dónde provenían. Al conocerla una avalancha de voces e imágenes se entraron a mi cabeza. Ya sabía qué debía hacer: dibujar a los ángeles caídos. Solo faltaba que me pusiera manos a la obra.
Compré un lienzo figura 120 y unos baldes de acuarelas. Corté todo contacto con el mundo exterior y me enfoqué las veinticuatro horas del día a la obra de mi vida.
Cuando recién puse el pincel en el lienzo, un demonio apareció. Se hizo llamar Elogios. Era un espectro que cabalgaba un caballo. Me dijo que era el primer demonio debía de dibujar. Ordenó que su dibujo se encontrara en la parte inferior del cuadro. Seguí sus ordenes sin cuestionar. El dibujo de este demonio, y de todos los otros excepto Satanás, duraron dos meses. Cuando lo tuve listo, anticipó la llegada del siguiente, y desapareció.
Le siguió Abadón, demonio acompañado por una legión de langostas a su control. Me ordenó que su dibujo debía de ir delante del antecesor.
Le siguió Asmodaeus, demonio con la forma de duende con tres cabezas: la de una vaca, una cabra, incluyendo la suya; montado sobre el lomo de un dragón. Ordenó que su retrato estuviera a la derecha de Abadón.
Le siguió Astaroth, demonio con la forma de un hombre desnudo con manos y pies de dragón y un par de alas con plumas, quien llevaba una corona, sosteniendo una serpiente con una mano y cabalgando sobre un lobo con alas de dragón. Ordenó que su retrato estuviera a la izquierda de Abadón.
Le siguió Samael, demonio con la apariencia de un hombre bello con alas hechas de tripas y carne descompuesta. Ordenó que su retrato estuviera delante de Abadón.
Le siguió Semyazza, demonio quien poseía alas doradas. Ordenó que su retrato estuviera delante de Samael.
Le siguió Azazel, demonio con orejas puntiagudas y cortos cuernos que llevaba en la mano un tridente y era acompañado por una cabra. Ordenó que su retrato estuviera separado de los anteriores porque hacía parte de los Querubínes.
Le siguió Balberith, demonio que portaba una armadura hecha de huesos humanos. Ordenó que su retrato estuviera a la derecha de Azazel.
Le siguió Lauviah, demonio con apariencia humana vestido con ropajes verdes. Ordenó su retrato a la izquierda de Azazel.
Le siguió Salikota, demonio rojo con ropajes negros. Ordenó su retrato delante de Azazel.
Le siguió Gresil, demonio que portaba una túnica hecha a partir de piel humana. Ordenó su retrato apartado de los Querubines por ser parte de los Tronos.
Le siguió Focalor, demonio con la apariencia de un hombre con alas de grifo. Ordenó su retrato delante de Gresil.
Le siguió Forneus, demonio con la apariencia de calamar gigante. Ordenó su rostro a la derecha de Focalor.
Le siguió Murmur, demonio que portaba una armadura, una corona ducal y que montaba sobre un buitre. Ordenó su rostro delante de Focalor.
Le siguió Nelchael, demonio con apariencia humana pero sin cara y que portaba alas hechas de hojas secas. Ordenó su rostro adelante de Murmur.
Le siguió Busas, demonio con la apariencia de una lechuza antropomórfica. Ordenó su retrato a la izquierda de Nelchael.
Le siguió Raum, demonio con la forma de un cuervo. Ordenó su retrato delante de Busas.
Le siguió Balam, demonio con tres cabezas: la del toro, la del hombre y la del carnero. Tenía ojos ardientes y la cola de una serpiente. Portaba un halcón en su puño y cabalga un fuerte oso. Ordenó su retrato apartado por ser parte de los ángeles de las dominaciones.
Le siguió Marchosias, demonio con la forma de un lobo antropomórfico con alas de grifo y cola de serpiente. Ordenó su retrato adelante de Balam.
Le siguió Uzziel, demonio con forma de una cabeza humana con algas y flora marina atadas. Hace parte de los ángeles de las virtudes y ordenó su retrato apartado de Marchosias.
Le siguió Purson, demonio con la apariencia de un hombre con la cara de un león, llevando una víbora furiosa en su mano y cabalgando un oso. Ordenó su retrato delante de Uzziel.
Le siguió Belfegor, demonio musculoso, de varios metros de estatura, con una barba larga, cuernos, unos pies de lobo y unas garras sucias y largas. Ordenó su retrato apartado de los ángeles de las virtudes ya que él pertenecía a los Principados.
Le siguió Basasael, demonio gris que portaba alas negras y tenía cuernos de carnero. Ordenó su retrato apartado ya que era un arcángel.
Le siguió Mephistopheles, demonio con apariencia de hombre que vestía ropajes rojos. Ordenó su retrato delante de Basasael.
Le siguió Caim, demonio con apariencia de ave oscura que poseía armas blancas. Ordenó su retrato separado por ser parte de los mismísimos ángeles caídos.
Le siguió Iuvart, demonio con la forma de un león antropomórfico vistiendo de etiqueta. Ordenó su retrato adelante de Caim.
Le siguió Arioch, demonios delgado y alto que portaba una hoz. Ordenó su retrato adelante de Iuvart.
Y terminó con Satanás, demonio con forma humana, bellísimo, quien vestía ropajes rotos y estaba sentado sobre el lomo del mismo Leviatán que vi con Baphomet. Su retrato estuvo en la parte superior del lienzo y duró un aproximado de dos años en ser dibujado, debido a la dificultad extrema que tuve para dibujar el boceto.
Guerras y rumores de guerras
El resultado de esos seis años fue una figura que se asemejaba a un árbol blanco. Los ojos de los de los demonios se mezclaban y se confundían fácilmente con la madera.Satanás volvió montado en el Leviatán y alabó mi trabajo. Estaba totalmente maravillado con mi obra. No me sentí del todo bien con su llegada y sus halagos.
Me propuso que lo llevara al infierno para exponerlo a todos los seres infernales. La única razón por la que acepté fue para complacer al tipo. La forma con la que me miraba. Sus pupilas incoloras pondrían nervioso a cualquiera.
El demonio ordenó a la criatura abrir la boca. Esta siguió la orden. Ingresamos, llevando ambos el cuadro, al interior del ser pero no terminamos por el recto, sino en otra parte. Un lugar totalmente fuera de lugar.
Al final de la oscuridad se veía una parte del coliseo. La parte superior para ser más exacto. Encontré demonios de todos los tamaños, sentados y expectantes a mi llegada.
Bajamos hasta un trono en la parte inferior, la cual obviamente correspondía al rey del infierno. Un demonio me trajo mi propio asiento. Le agradecí pero este no me respondió.
Satanás tomó con suma facilidad el dibujo, el cual era más grande que él mismo, y lo lanzó al centro del coliseo. El cuadro flotó, subió algunos metros y se quedó bocabajo en el cielo. Los demonios aplaudieron.
Mire a mi alrededor y, a unos metros, vi a Baphomet tomando vino de una copa. Me disculpé con el rey y me acerqué al cabrío macho.
Cuando me vio, me saludo cantando un poema:
Las débiles formas flotan a la deriva,
Cuyas risas apenas oídas hacen Nuestra oscuridad brillante como el día; En vano nos esforzamos, llorando, Sobre el rastro luminoso de sus espíritus, (Donde escaparon mientras dormíamos)
¡Llamando a los que hemos querido!
─Mucho tiempo sin verte, Baphomet. ¿Cómo te ha tratado el tiempo? ─le pregunté con ciertos nervios.
─Mejor que a ti, claro está. Te vez envejecido y débil. Esa no es la apropiada presentación para un evento tan grande en la historia del Infierno.
─¿Y qué celebramos?
Baphomet levantó una ceja.
─Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez días de más; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo.
Quedé perplejo por un segundo. Seguí ese silencio con una carcajada involuntaria.
─Debes de estar bromeando. Nada de lo mencionado en el libro se ha cumplido. Cristo aún no ha abierto el sello.
─Estás equivocado. No necesitamos del permiso de Yahvé para traer el caos y la destrucción. Hemos sido capaces de crear nuestra propia bestia, más temible que la que vio Juan.
─¿Pero cómo podrían hacer semejante cosa? Yo no veo ninguna criatura de siete cabezas y varios cuernos.
─Es que nos falta invocarla. Creo que ya es la hora. Mirad al objeto cuadrado volador, por favor ─dijo señalando con su pata a mi obra.
Satanás se había levantado. Tenía los brazos en el aire y recitaba con todas sus fuerzas unas frases incomprensibles para mis oídos.
El cuadro flotante empezó a brillar. Después el lienzo se empezó a derretir hasta convertirse en una masa blanca con rayas negras que tomó, sin previo aviso, vida propia. Se torció varias veces hasta que le aparecieron las piernas y se formaron las cabezas. Todo el cuerpo de la bestia estaba formado por las cabezas de los demonios que dibujé. Estas cabezas lanzaban blasfemias, fuego y veneno.
La bestia se terminó de formar y el suelo del centro del coliseo se partió en dos. Se abrió como una compuerta.
La imagen era la siguiente: nubes como algodón. Un cielo azul claro con varios planetas visibles a simple vista. Ángeles y criaturas bellas que volaban y recorrían con sus alas recorrían un mundo deseado por muchos y detestado por otros. Los demonios la abuchearon.
Por un tiempo vagamos (esto fue lo que soñé) por un largo y arcilloso camino en la Tierra de Nadie,
donde solo las amapolas crecen en la arena, aquellas que con escasa estima arrancamos, y siempre tristes, hacia una triste corriente, seguimos avanzando con los dedos entrelazados,
bajo las estrellas distantes, un camino imprevisto, la visión de todas las cosas en la sombra de un sueño.
Me largué antes de que expulsaran a la criatura a ese divino y preciado Cielo. La pena de mi alma fue demasiado fuerte como para soportar ver más del espectáculo. Fue en ese entonces cuando entendí el engaño a mi persona. Burlado a mi espaldas y mentido para hacer el trabajo sucio para los cerdos aberrantes. Me llegó a la mente la idea de buscar la ayuda de Dios, pero al segundo la deseché. Mi inmundo pecado nunca sería perdonado. Y además, estaba física y mentalmente podrido.
Sin darme cuenta mi cuerpo se convirtió en una bomba de tiempo. Y todos los dolores y las catástrofes musculares me alcanzaron y no dieron rienda suelta sino hasta varios meses después.
Al recuperarme de los peor busque en mi mente los sueños que aún me faltaban por cumplir. Recordé uno muy profundo y viejo.
Tomé todas mis pertenencias y las vendí. Desde ahora he tomado el título de viajero sin rumbo, el cual intenta por todos los medios escapar de la Parca que lo hostiga.
Viajo en un carro y cada día se me va acabando el dinero. Espero que mi travesía a Bolonia no dure mucho.