El río siniestro

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Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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“Existe una pequeña comunidad enclavada en lo profundo de la selva sudamericana muy cerca de los límites de la selva amazónica. Un pequeño río pasa por aquella aldea. Los aborígenes que ahí habitan procuran alejarse de ese río, piensan que está maldito y que sus aguas traerán la desgracia y la muerte a quienes se atrevan a usarla o beberla.

Debido a mi pasantía como antropólogo debía permanecer algunas semanas con la tribu ZZZZ a fin de lograr estudiarlos y hacerme de un nombre y atraer patrocinadores para proyectos más importantes.

Fueron varias semanas las que pasé con los aborígenes ZZZZ aprendiendo sus costumbres y tratando de descifrar cómo pudieron adaptarse a ese entorno tan hostil. Con una humedad tremenda, rodeados de insectos, muchos de ellos letales, y de animales salvajes. Toda la selva es un enemigo esperando que su víctima cometa el menor descuido para acabar con ella.

Los ZZZZ me aceptaron pronto como uno de ellos, y se me advirtió que no me acercara al río. Como es normal en mí, la curiosidad pudo más y traté en varias ocasiones de ver el río. Pero siempre estuve vigilado por los demás ZZZZ, me impedían salir de la aldea y ante mi insistencia se me dio el ultimátum de que, si seguía insistiendo, sería expulsado definitivamente de la comunidad. Así pues, tuve que esperar pacientemente un descuido de los ZZZZ para escabullirme y darle un vistazo al origen de todos sus temores. Aquel río era un tabú entre los ZZZZ, ni siquiera el más valiente guerrero de la aldea se atrevía a desobedecer esa regla. Y los animales domésticos, inclusive, parecían estar bien educados para evitar ir en esa dirección.

Pues bien, aproveché una fuerte tormenta para escabullirme de mi choza y con mucho cuidado de no ser visto, me dirigí hacia el río. La lluvia torrencial casi hizo que me arrepintiera, pero seguí adelante.

Era el sentido profesional el que me motivaba, si lograba determinar científicamente que el río le había conferido a la tribu ZZZZ la voluntad de arraigarse en esa zona (a pesar de lo contradictorio que podría ser permanecer cerca de un símbolo tan aterrador para ellos) tal vez mi trabajo lograría llamar la atención de las revistas más destacadas.

Pero debía conocer el río, debía estudiarlo a pesar de todas la leyendas sobre él. Yo, como antropólogo, nunca creí en esas historias.

Fueron como 30 minutos de arrastrarme casi literalmente entre el barro bajo una lluvia típica de la amazonia: una lluvia torrencial. La fauna de pronto desaparece durante esas “cataratas” que se vacían sobre la selva y sólo queda el sonido apabullante del agua cayendo a raudales. Como un rugido intenso y continuo, que opaca todo lo demás y que lo obliga a uno a permanecer hundido en sus propios pensamientos para escapar de ese bullicio aturdidor.

Logré llegar al fin y me sentí aliviado. Era un río como cualquier otro, sin embargo las aguas, pese a ser el río bastante angosto, eran muy rápidas y oscuras.

La lluvia cesó de repente, como cuando alguien corta el agua de la ducha de pronto. Aquel sonido ensordecedor del agua cayendo cesó y mi cabeza se sintió vacía. El silencio súbito me abrumó aún más. Me quedé paralizado unos segundos, no recuerdo tener otro pensamiento en mi cabeza más que una sensación inmensa de desolación y abandono.

Me repuse un poco y caminé a la orilla del río aquel. Las aguas oscuras y rápidas no parecían “encajar” con la tranquilidad que reinaba en la selva en ese momento. Mi aturdimiento fue dando paso a la racionalidad, al escrutinio del entorno.

Tal vez era por la lluvia pero no se veía ningún animal cerca de esas aguas turbias. Incluso la vegetación era prácticamente nula en la rivera. Pensé que tal vez el afluente estuviera contaminado de alguna forma. Tal vez alguna fábrica se encargara de tirar sus desechos ahí. Esa sería la mejor explicación para que el río fuese la causa de “desgracias” según la tribu ZZZZ.

Era algo obvio, las aguas contaminadas de ese río eran las causantes de intoxicación y por ello las generaciones pasadas le tomaron miedo y lo consideraron tabú, dada la peligrosidad. Como sea, tenía que llevarme una muestra de esa agua turbia para verificar el grado de toxicidad de la misma. Lo único que llevaba conmigo era mi cantimplora y decidí usarla. La vacié completamente y me dispuse a llenarla del agua del río.

Al ponerme de cuclillas en la orilla me quedé de piedra. Un escalofrío me recorrió y no era por el hecho de estar completamente empapado por la lluvia. No podía creer que no me hubiese dado cuenta de la tremenda anormalidad que tenía justo a unos centímetros frente a mí.

El río no producía sonido alguno. No me había quedado sordo estaba seguro. A pesar de ello, incrédulo por un momento, golpeé con los nudillos la superficie metálica de la cantimplora y las percusiones resonaron amplificadas por el silencio reinante. Retrocedí asustado y caí sentado con la mirada fija en esas turbulentas y misteriosas aguas.

Traté de arrastrarme hacia atrás, el pánico me invadió y no avancé mucho. Sentí mi boca pastosa, mi aliento hirviendo salía de mí de forma entrecortada. No pude gritar, sólo conseguí gemir lastimosamente.

El agua se agitó de repente, aumentó su rapidez y comenzó a burbujear como si estuviese hirviendo. No se producía aún ningún sonido. Sólo mi respiración agitada y el castañeo ocasional de mis dientes por el intenso terror podían escucharse claramente.

El agua dejó de correr y de burbujear. Quedó completamente quieta. La superficie de aquel maldito río quedó igual que un espejo. Ni la más mínima onda enturbiaba la superficie. Pude ver claramente el reflejo del cielo estrellado. Ya había anochecido y nunca me di cuenta del pasar del tiempo.

La superficie del agua comenzó a elevarse como si algo fuese a salir de debajo. La tensión superficial nunca se rompió y aquel “bulto” se elevó más y más... y estalló en una explosión avasalladora. Fui salpicado por aquella sustancia. No era agua. Era sangre. Y me quemaba toda la piel y el alma.

Grité. Y mi conciencia se liberó de mi cuerpo.

Todo mi ser, mis pensamientos, se revolvieron con los alaridos dementes que profería. Podía verme ahí sentado de espaldas, arrastrándome sin retroceder ni un milímetro, cubierto de sangre. Y al mismo tiempo sentía que me quemaba desde lo más profundo de mi ser.

Tuve una visión insana del infierno. Millones de seres inocentes, habitantes alguna ocasión de aquella selva, vertiendo su sangre para alimentar el río. Pude verlos a todos a los ojos. Cuencas vacías con las almas corrompidas por demonios de naturaleza incalificable.

Fui rescatado por los ZZZZ quienes me rastrearon y encontraron en la rivera, vagando entre los dos mundos. Me llevaron de vuelta a la aldea y fui sanado mediante rituales ancestrales. Tres días bastaron para que comenzara a recuperar la cordura y luego de recuperarme fui expulsado para siempre de la tribu.

Ningún hombre que no pertenezca a esa región de las amazonas debe por ningún motivo localizar a la tribu ZZZZ, es por ello que he omitido el nombre desde el comienzo. Y he permanecido desde entonces en la región, para asegurarme de que no vengan otros como yo a querer desentrañar lo incomprensible. A quienes han venido me he encargado de conducirlos por lugares diferentes y equivocados.

Hay Tabús que deben permanecer ocultos."