La historia de Facebook

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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Se narra el creepypasta de la verdadera historia de Facebook. Como una formalidad debo afirmar que esta es una historia completamente ficticia y no tiene ninguna relación con los intereses de esa compañía, sin embargo, Morzat es real. Por este motivo se ha utilizado "face-book" en lugar de "facebook".

Advertencia: Si usted no conoce quién es Morzat (no confundir con Mozart, el compositor), también conocido como el depravado de los mil holocaustos, le recomendamos de informarse, antes o después de leer esta historia.



Historia de cuando estaba muerto​

Cada civilización tiene sus propios rituales de iniciación. En mi dimensión paralela, los adolescentes escalamos por parejas cierta montaña, en cuya cima se encuentra una vieja iglesia abandonada. Al llegar arriba, amarramos los juguetes que utilizamos durante la infancia y nuestros álbumes de fotos, que llamamos en nuestra lengua “libros de caras” (face-books) a globos de helio, y los dejamos flotar hasta perderse entre las nubes. Los miembros de cada pareja cerramos los ojos y nos besamos en la boca. Dicen que en ese momento es cuando por primera vez todos los sentidos se abren al Universo.

Debo que confesar yo demoré demasiado tiempo buscando la chica adecuada para escalar la montaña. Tanto fue así que mis juguetes comenzaron a pudrirse. Andaba cabizbajo por las calles con un saco al hombro, lleno de carritos, robots y muñecos, todos soltando un hedor que atraía las moscas. No podía simplemente tirarlo a la basura: iba contra las reglas de nuestra moral.

Una tarde la conocí y supe que me seguiría toda la vida.

Hablo de una pequeña y sucia perrita callejera que un día se me acercó a morderme los zapatos, y me siguió hasta mi casa. A la mañana siguiente, cuando salí para la escuela, me estaba esperando en la puerta, y durante todo el trayecto se la pasó mordiéndome suavemente mientras caminaba. En vano le di varias patadas por el hocico. No había manera de quitármela de encima. Entre el saco apestoso al hombro y las mordidas en los zapatos, vivir se había convertido en un trago amargo.

Varias semanas después, por casualidad, conocí una chica muy linda y agradable; pero que hacía rato se había liberado de sus juguetes, como todas las mujeres normales de su edad. Al principio tuve que engañarla: le dije que mi saco era de rosas. Cada mañana tenía que perfumarlo, y eliminar todo rastro de pestilencia demoraba horas.

Cuando salíamos juntos a pasear por la ciudad, la perrita nos seguía a todas partes, y no dejaba de acosarme los zapatos. Intenté muchas formas de zafármela: la golpee con un martillo en la cabeza, la encerré en una cisterna llena de agua y hasta le introduje una granada activada en la boca. Nada, como el fénix renacía de sus cenizas.

Bueno, lo único más frustrante que tener esa molesta criatura día tras día fastidiándome fue cuando me enteré que yo era el único que podía verla. Pensé acudir al psiquiatra; pero afortunadamente ella lo era. Sí, había tenido la suerte de cortejar una estudiante de psiquiatría. Tras examinarme, me recetó los mismos medicamentos que ella acostumbraba a tomar para mantener su cerebro bajo la dictadura de la cordura.

¡Fue fantástico! Aunque seguía sintiendo el dolor de las mordidas, ya no percibía más aquel animalito infernal. Es cierto que andaba un poco mareado y soñoliento, mis respuestas eran lentas… sin embargo estaba aprendiendo a ser más ecuánime y gracias a eso mi relación con la chica iba progresando.

Llegó el momento en que nuestra confianza alcanzó el punto en que ella me pidió ver las rosas de mi saco. Le dije que se las enseñaría en la cumbre de la montaña, donde se realiza la iniciación. A ella le pareció raro; pero aceptó, quizás por amor, o sencillamente curiosidad.

Fijamos el día y juntos escalamos hasta llegar a la iglesia. Allí le conté la verdad e hicimos todo según la tradición. En cuanto mis juguetes salieron volando, nos sumergimos en un profundo beso en la boca.

Ni mi cuerpo ni mi espíritu sintieron nada especial y creo que ella tampoco. Bueno, fue un alivio no tener que llevar más carga al hombro; sin embargo, yo aspiraba experimentar algo realmente intenso. Después, meramente descendimos la montaña y seguimos con nuestras vidas, imitando las otras parejas.

Nos besábamos, nos tocábamos, nos apretábamos y nos compenetrábamos; pero ninguno de los dos encontraba satisfacción. Asustado llamé a la policía y pregunté si por casualidad habíamos fallecido, a lo que – tras una rápida búsqueda en los archivos – recibí la confirmación; pero no nos podían enterrar hasta que aparecieran vacantes en el cementerio. ¡Oh, los psicofármacos, malditos efectos secundarios!

Confundidos nos quedamos juntos, abrazados en la cama. Ella me preguntó qué yo sentía por su persona. Aunque en ese momento mi corazón no latía, le dije que la amaba. Ella lo tomó más allá de un simple cumplido y me comunicó tristemente no podía darme la misma respuesta. Con el orgullo herido, le propuse quedarnos sólo como amigos. Sí, creo que es lo mejor – me respondió y se fue.

Muerto y solo me quedé acurrucado entre las sábanas. Ahora sí que no encontraba salida: ni siquiera el suicidio tenía sentido. La única idea que me pasó por la mente fue volver desesperadamente a mi infancia, a pesar de lo que los demás pensarían de mí.

Afligido, me dirigí a la montaña y la escalé solo. Entré a la iglesia y subí hasta el olvidado campanario. Allí descubrí el nido de una inmensa águila, como del tamaño de un caballo, adornado con los pedazos de todos los muñecos y de fotos de los face-books que habían sido arrojados al cielo generación tras generación. Pude ver los míos destrozados y se me aguaron los ojos. El águila no me vio, y silenciosamente descendí de nuevo.

Al salir de la iglesia, no supe dónde ir. Simplemente me senté bajo un árbol a contemplar la puesta del Sol. No pude evitar pensar en mi chica, que aunque no sentía nada por ella, la extrañaba intensamente. De un momento a otro empecé a experimentar un fuerte dolor en mi alma por haberla dejado ir. En eso vino corriendo la sucia perrita y comenzó a morderme mis zapatos. Inesperadamente mi corazón volvió a funcionar, mi piel percibió la frialdad de la hierba y mi nariz, el aroma de las flores. Al salir las estrellas, todos mis sentidos se abrieron al Universo.



Historia de cuando estaba vivo​


De madrugaba, cuando me sentí completamente vivo, retorné a la iglesia, no tenía por qué hacerlo,pero mi curiosidad no me permitía irme, volví a subir al campanario y una vez adentro, mientras el águila dormía, intenté recuperar mis juguetes y face-books desbaratados. Antes de que saliera el sol, pude escapar.

Una vez en el pueblo, conté lo sucedido a todos. Las autoridades decidieron, en lugar de enviar los juguetes y globos hacia el cielo, guardarlos en un almacén gigante, al que llamamos Face-Book. Sin embargo este remedio fue peor, porque el águila, al quedarse sin suministros, decidió salir a cazar personas reales. Esto le gustó tanto, que aunque intentamos devolverle los juguetes y face-books, ya les había perdido el gusto, y sólo quería carne humana. Poco a poco, nuestra dimensión se fue quedando con menos personas vivas y con más face-books almacenados, hasta el punto de tener que emigrar hasta la dimensión de ustedes y cerrar el portal antes de que el águila lograra pasarlo.

Aquí, para nuestra sorpresa, nos encontramos que ustedes también tienen face-books, todos reunidos en una inmensa red de computadoras. Sólo quería decirles que mantengan distancia de sus face-books, y que se deshagan de ellos cuando puedan. En la dimensión de ustedes hay “algo”, detrás de su inmensa red de computadoras, que es equivalente al águila de la nuestra, y se alimenta de cada foto que ustedes suban y de cada comentario que hagan, en resumen, de cada uno de sus face-books. Este ser, que puede ser un águila en unos mundos, un ambicioso albino graduado de Harvard en otros, o cualquier otra cosa, se llama Morzat y existe en todas las dimensiones al mismo tiempo. En el mundo de ustedes, en lugar de atacar directamente, Morzat entra lentamente por los ojos frente a la pantalla, llega hasta el cerebro, y poco a poco va enviciando al usuario hasta el punto de no poder pensar en nada más en la vida que en alimentarlo con fotos y comentarios. Yo sé que usted lo sabe, y que no puede hacer nada en contra de eso. Si usted esperaba un final más aterrador para esta historia, espere, que esta historia aún no se ha terminado. A partir de ahora, esta es la historia de su vida.