Cómo extrañaba aquella vieja casa. Por lo menos en ella tenía una habitación para mí sólo y ahora debía resignarme a los movimientos de la litera de arriba, causados por los rituales onanistas, de mi hermano mayor.
Nuestro camarote era de color escarlata, y tenía mucho óxido en las extremidades. Algunas noches, los tubos rechinaban escabrosamente y el sonido espeluznante me mantenía despierto durante horas. Debo admitirlo, siempre he sido un cobarde. Una vez intente delatarlo con mi mamá, ya que su autoplacer no me dejaba dormir en paz; pero me dijo que si lo hacía, me iba arrancar la cabeza con sus manos. Le tenía mucho miedo, en serio. Pues Renato era muy diferente a mí. Él solía hablar de féminas figuras monumentales, a las cuales les enseñaría el placer de amar; tan bien era muy violento, muy a menudo arremetía contra mi padre y el lado infaltable de su actitud, era su gran mitomanía. Muchas veces me culpó de sus actos; como aquella vez, en que mamá encontró una revista para adultos en nuestra habitación, y le indicó qué dicha vulgaridad era mía. Mi madre le creyó, gracias a sus altas calificaciones. Y gracias él, ese día recibí sermones innecesarios, y cierta cantidad de azotes en la espalda. Una tarde después de seis meses de convivencia fraternal, Renato no llegó a casa después de la escuela. Mamá me preguntaba si lo había visto, y luego me recriminó por no regresarme junto con él. Yo con sagaz ira le respondí, que él era suficientemente mayor, como para regresarse sólo. Pero en fin, el infeliz desgraciado aun no aparecía.
Mis padres estaban completamente desesperados y al borde del llanto. Fue como las nueve de la noche, cuando el teléfono sonó. Mamá daba gracias al cielo anticipadamente y suplicaba que no haya ocurrido tragedia alguna. Tal vez pensaba al igual que yo, qué el insensato de Renato, se había pegado una borrachera de desmadre. Pero de pronto, después de un minuto y medio, el auricular cayó de sus manos. Luego, pasmada y con los ojos vidriosos, nos miró para decirnos: Renato está muerto. A mi hermano lo hallaron en un descampado con un agujero en la cabeza. Al parecer habían intentado robarle el celular, y como este no se dejó, le dispararon. Fíjense que al parecer la vida de un hombre, vale menos que un estúpido artefacto. El velorio fue muy perturbador. No pude ni acercarme al féretro a ver mi difunto hermano. Y eso fue lo que molestó a mi madre, que entre llanto decía:
- Felipe, despídete de tu hermano, no seas faltoso.
Las noches siguientes eran tristes. Yo seguía durmiendo en la litera de abajo por respeto; y en la de arriba, algunos sueños no cumplidos de Renato, quedaron grabados en la almohada. Algunas veces creía que él estaba ahí, dormido, pensando que hará cuando aparezca el sol, practicando sus rituales onanistas, pero nada. Bastaba mirar sobre el colchón, para ver que estaba vacío. Fue una noche, cumplido un mes la muerte de Renato, en un que brusco movimiento me despertó. Mis ojos se agrandaron, y pensé estar loco. Es imposible que la litera de arriba se haya movido, si nadie dormía ahí. Así que volví a cerrar los ojos. No pasó ni cinco minutos, para que otro remesón, me inquietara. Abrasé muy fuerte la almohada, y resé cuatro aves marías. Estaba muy asustado. Cuando de pronto, una cabeza calva, de test grisácea y gigantescos ojos amarillos, se asomaron desde arriba. Asomado de cabeza, mirándome fijamente, desde mis pies. Sus globos oculares eran realmente luminosos, como los ojos de las lechuzas; era el ser más espantoso que he visto en mi existencia. No podía hablar, estaba petrificado, y a punto de gritar auxilio. De pronto, esos feos ojos amarillos, pestañearon; y la respiración de aquella criatura, que miraba desde la litera de arriba, era cada vez más fuerte, muy fuerte, aterradoramente fuerte.
Cerré los ojos con fuerza, pero seguía oyendo esa respiración espantosa. Llore de miedo, en serio, y trate de pensar que era una pesadilla. Abrí nuevamente los ojos, y esa cara inversa, seguía viéndome desde su posición.
Sé que me desmayé del miedo, y cuando recobré la memoria, ya mi madre tocaba la puerta para despertarme. Me levante con mucho temor, creyendo que ese ser demoníaco, seguía arriba, esperando asesinarme. Golpeé la cama con mis pies, esperando escuchar alguna queja, pero nada. Me levanté y examiné, toda la litera, y no había rastro de absolutamente nada; ninguna evidencia de alguna criatura de ultratumba. Obviamente llegué a la conclusión, de que el motivo de tal atroz alucinación, fue producto de la pena.
Esa misma noche, cuando pensé que todo había acabado, los movimientos volvieron a atacarme. No quise abrir los ojos, pero oía esa escandalosa respiración. Entre-abrí los ojos y nuevamente ese esperpento estaba ahí, aterrándome con su mirada, devorándome el alma. Por más que haya rezado, Dios no apareció; por más que llore, no se largó; por más que grité, nadie me oyó.
No habla, no dice nada, sólo respira aterradoramente, y me mira desde la litera de arriba. Como si estuviese destinado a mirarme por el resto de mi vida. A pesar de todo, ya me estoy acostumbrando a su presencia; aunque cada día amanezco muy flaco y deprimido.
No, no me atrevo a contarles a mis padres, sobre esa criatura; pues me tomarían como un loco, y la verdad, prefiero morir recostado en la litera, que en una sucia cama de un manicomio.
Nuestro camarote era de color escarlata, y tenía mucho óxido en las extremidades. Algunas noches, los tubos rechinaban escabrosamente y el sonido espeluznante me mantenía despierto durante horas. Debo admitirlo, siempre he sido un cobarde. Una vez intente delatarlo con mi mamá, ya que su autoplacer no me dejaba dormir en paz; pero me dijo que si lo hacía, me iba arrancar la cabeza con sus manos. Le tenía mucho miedo, en serio. Pues Renato era muy diferente a mí. Él solía hablar de féminas figuras monumentales, a las cuales les enseñaría el placer de amar; tan bien era muy violento, muy a menudo arremetía contra mi padre y el lado infaltable de su actitud, era su gran mitomanía. Muchas veces me culpó de sus actos; como aquella vez, en que mamá encontró una revista para adultos en nuestra habitación, y le indicó qué dicha vulgaridad era mía. Mi madre le creyó, gracias a sus altas calificaciones. Y gracias él, ese día recibí sermones innecesarios, y cierta cantidad de azotes en la espalda. Una tarde después de seis meses de convivencia fraternal, Renato no llegó a casa después de la escuela. Mamá me preguntaba si lo había visto, y luego me recriminó por no regresarme junto con él. Yo con sagaz ira le respondí, que él era suficientemente mayor, como para regresarse sólo. Pero en fin, el infeliz desgraciado aun no aparecía.
Mis padres estaban completamente desesperados y al borde del llanto. Fue como las nueve de la noche, cuando el teléfono sonó. Mamá daba gracias al cielo anticipadamente y suplicaba que no haya ocurrido tragedia alguna. Tal vez pensaba al igual que yo, qué el insensato de Renato, se había pegado una borrachera de desmadre. Pero de pronto, después de un minuto y medio, el auricular cayó de sus manos. Luego, pasmada y con los ojos vidriosos, nos miró para decirnos: Renato está muerto. A mi hermano lo hallaron en un descampado con un agujero en la cabeza. Al parecer habían intentado robarle el celular, y como este no se dejó, le dispararon. Fíjense que al parecer la vida de un hombre, vale menos que un estúpido artefacto. El velorio fue muy perturbador. No pude ni acercarme al féretro a ver mi difunto hermano. Y eso fue lo que molestó a mi madre, que entre llanto decía:
- Felipe, despídete de tu hermano, no seas faltoso.
Las noches siguientes eran tristes. Yo seguía durmiendo en la litera de abajo por respeto; y en la de arriba, algunos sueños no cumplidos de Renato, quedaron grabados en la almohada. Algunas veces creía que él estaba ahí, dormido, pensando que hará cuando aparezca el sol, practicando sus rituales onanistas, pero nada. Bastaba mirar sobre el colchón, para ver que estaba vacío. Fue una noche, cumplido un mes la muerte de Renato, en un que brusco movimiento me despertó. Mis ojos se agrandaron, y pensé estar loco. Es imposible que la litera de arriba se haya movido, si nadie dormía ahí. Así que volví a cerrar los ojos. No pasó ni cinco minutos, para que otro remesón, me inquietara. Abrasé muy fuerte la almohada, y resé cuatro aves marías. Estaba muy asustado. Cuando de pronto, una cabeza calva, de test grisácea y gigantescos ojos amarillos, se asomaron desde arriba. Asomado de cabeza, mirándome fijamente, desde mis pies. Sus globos oculares eran realmente luminosos, como los ojos de las lechuzas; era el ser más espantoso que he visto en mi existencia. No podía hablar, estaba petrificado, y a punto de gritar auxilio. De pronto, esos feos ojos amarillos, pestañearon; y la respiración de aquella criatura, que miraba desde la litera de arriba, era cada vez más fuerte, muy fuerte, aterradoramente fuerte.
Cerré los ojos con fuerza, pero seguía oyendo esa respiración espantosa. Llore de miedo, en serio, y trate de pensar que era una pesadilla. Abrí nuevamente los ojos, y esa cara inversa, seguía viéndome desde su posición.
Sé que me desmayé del miedo, y cuando recobré la memoria, ya mi madre tocaba la puerta para despertarme. Me levante con mucho temor, creyendo que ese ser demoníaco, seguía arriba, esperando asesinarme. Golpeé la cama con mis pies, esperando escuchar alguna queja, pero nada. Me levanté y examiné, toda la litera, y no había rastro de absolutamente nada; ninguna evidencia de alguna criatura de ultratumba. Obviamente llegué a la conclusión, de que el motivo de tal atroz alucinación, fue producto de la pena.
Esa misma noche, cuando pensé que todo había acabado, los movimientos volvieron a atacarme. No quise abrir los ojos, pero oía esa escandalosa respiración. Entre-abrí los ojos y nuevamente ese esperpento estaba ahí, aterrándome con su mirada, devorándome el alma. Por más que haya rezado, Dios no apareció; por más que llore, no se largó; por más que grité, nadie me oyó.
No habla, no dice nada, sólo respira aterradoramente, y me mira desde la litera de arriba. Como si estuviese destinado a mirarme por el resto de mi vida. A pesar de todo, ya me estoy acostumbrando a su presencia; aunque cada día amanezco muy flaco y deprimido.
No, no me atrevo a contarles a mis padres, sobre esa criatura; pues me tomarían como un loco, y la verdad, prefiero morir recostado en la litera, que en una sucia cama de un manicomio.