La peor de las muertes

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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Hacía demasiado calor esa tarde de finales de enero, el sol caía a pleno sobre la calle. Ximena caminaba hacia su nueva casa en un pequeño y antiguo pueblito demasiado alejado de la alegría de la gran ciudad. Se había mudado ya hace tres meses, lejos de toda la diversión, se repetía constantemente. La casa donde vivian era bastante antigua. Todavía algunas habitaciones del primer piso que no habían podido ser abiertas.

La mamá de Ximena esperaba al personal de limpieza que no tardaría en llegar. Quizás el lunes podrían abrir al fin aquellas ventanas y puertas clausuradas.
Como aun sus padres no habían llegado y detestaba quedarse sola en las habitaciones silenciosas, salió a la vereda. Afortunadamente se había echo amiga de dos chicas Alicia y Franca. Al principio, ellas la evitaban, en general, todos en el pueblo evitaban pasar por esa casa, hablar con esa gente. Pero luego de unos días las tres coincidieron en la heladería y comenzaron a conversar. Ahora eran amigas inseparables
Ximena cruzo la calle, tal como habían acordado, iban a reunirse en la casa de Franca. Pasarían toda la tarde en la pileta y luego seguramente, verían algunas películas.
La casa de su amiga quedaba bastante alejada del centro. Estaba rodeada de un parque inmenso. Varias cuadras más lejos, la pared que demarcaba el límite del cementerio del pueblo se veía claramente. Toco timbre y los perros salieron a recibirla. Franca le abrió la puerta, parecía preocupada.
-¿qué pasa?- pregunto Ximena
-Mi mamá. Hace como tres horas que salió para ir al cementerio y no me contesta el teléfono. Tengo miedo de que le haya pasado algo...
-Si quieres, cuando llegue Alicia, vamos a buscarla.
El timbre sonó nuevamente. Hablaron con Alicia y las tres estuvieron de acuerdo. Caminaron casi un kilómetro hasta llegar a la puerta del cementerio. Era la primera vez que Ximena entraba allí, recorrieron preocupadas los panteones polvorientos y entonces la vieron: la mama de Franca se acercaba a ellas rengueando. Se había caído, y su teléfono estaba destrozado. Aliviadas, la sostuvieron para ayudarla a regresar.
Al pasar por uno de los monumentos, que parecía de los más antiguos algo le llamo la atención a Ximena: la estatua de una mujer muy joven y muy bella y a su lado una pequeña torre con una campana. Un dedicado cordón desaparecía dentro del mármol de la lapida
Al ver que Ximena miraba con sorpresa, Alicia y Franca intentaron alejarla del monumento. Incluso la mama de Franca comenzó a hablarle de la ropa que había comprado en la capital, mirando insistentemente hacia atrás.
Cuando volvieron, y después de interrogarlas por un buen rato, Ximena supo que esa joven, Mary Worth, había muerto horriblemente, luego de despertar dentro de su ataúd, sin que nadie llegara a escuchar el sonido de la campana que acompañaba su tumba, Mary había muerto hace mucho tiempo, en una época en la que se acostumbraba dejar un pequeño cordón para que aquel que se despertara víctima de la catalepsia pudiera avisar que todavía estaba vivo. Pero a Mary nadie le había escuchado...
-lo que no entiendo es porque ustedes no querían que viera esa tumba...
-Porque Mary vivía en este pueblo..., en tu casa- dijo Alicia, con miedo
Entonces Ximena comprendió. Los silencios cuando ella y sus padres entraban en los negocios. Las miradas cómplices de los empleados de la inmobiliaria cuando llegaron con el dinero para comprar esa casa donde nadie quería vivir. Entonces entendió por que el personal de limpieza que esperaban desde hacía semanas nunca se había presentado.
Desde ese día, las tres amigas empezaron a reunirse en "la casa de Mary", como ellas le decían. Aprovechando la ausencia de los padres para ir a trabajar, comenzaron a revisar las habitaciones cerradas del piso superior. Después de buscar en todos los cajones del escritorio de su papa encontraron un llavero con antiguas llaves oxidadas. Tenía que ser el que abría esos cuartos. Subieron la escalera corriendo y probaron varias veces hasta abrir una de las puertas. Era un escritorio, el polvo acumulado durante tantos años las hizo toser y lagrimear. Revisaron los muebles, las antiguas bibliotecas, pero solo había libros amarillentos, encuadernados en un cuero opaco y mohoso. Sobre el escritorio, un tintero de metal, con varias plumas fuentes, lucia las iniciales J.W.
-John Worth- recordó Franca - era el papa de Mary. Era el escribano del pueblo en esa época, hace más de cien años
La segunda habitación parecía haber sido el dormitorio de dos niños pequeños. La Luz entraba por las ventanas rotas mostro repisas con antiguas muñecas de porcelana, un diminuto carrusel, dos camitas pequeñas
-¿cuantos años tenía Mary cuando murió?- quiso saber Ximena
-Tenia exactamente nuestra edad, acababa de cumplir dieciséis años.
En el fondo del pasillo, casi llegando al inmenso vitral que podía verse desde el frente de la casa, había otra puerta. Estaba trabada, un suave soplo de aire pareció salir desde abajo cuando encontraron la llave correcta. Luego empujaron y sorpresivamente la traba cedió, Abrieron, a pesar de los años transcurridos, el polvo no había tocado esa habitación. En el centro, había una cama prolijamente tendida. Por un instante tuvieron la sensación de que la dueña iba a llegar en cualquier momento, sobre la mesita de luz, un ramo de flores secas y arrugadas perfumaba con un marchito y extraño aroma el aire de la habitación. Solamente el espejo, inmenso y rodeado de un bello marco tallado permanecía opaco como cubierto por una espesa niebla. Se acercaron. Borrosamente, tres siluetas de las amigas se reflejaron por un instante no podían distinguir sus propios rostros.
Desde ese momento, las chicas tomaron por costumbre reunirse todos los días en el cuarto de Mary. Suponían que a nadie más que a ella habría podido pertenecer ese cuarto cuidadosamente preservado. Además, al pie del gran espejo tallado estaba todavía la dedicatoria "con amor para Mary".
Una de las tardes en las que las tres estaban despiertas, reunidas en el cuarto de Mary, Ximena tuvo la idea de buscar en internet más información sobre la extraña joven que había vivido en esa casa, que había dormido en ese mismo cuarto. Entonces escribieron: Mary Worth, innumerables páginas mencionaban su nombre ninguna de las tres había imaginado que era tan conocida. Además, leyeron sorprendidas que la gente creía en un ritual para volver a ver a Mary. En un espejo, las tres se miraron: esa noche era la ocasión perfecta. Los padres de Ximena estarían de viaje ese fin de semana. La casa les pertenecía, solo tenían que esperar a que llegara la medianoche. Prepararon algo para comer, la ansiedad apuraba sus movimientos. El sol casi se había ocultado y su resplandor rojo teñía las paredes de la habitación en penumbras. La noche sin estrellas cubrió todo y las tres amigas subieron a la habitación sumida en la oscuridad, habían decidido dejar la cena para después. Antes invocarían a Mary
El primer piso de la casa no tenía electricidad. A pesar de que no había siquiera una leve brisa, las llamas de las velas temblaron levemente. Alicia dudo antes de entrar, tenía mucho miedo. Franca y Ximena se rieron y la invitaron a pasar. Cerraron la puerta, se acercaron lentamente hacia el espejo. La luz mortecina de las velas parecía agigantar las sombras movibles proyectadas en el empapelado del cuarto. Colocaron las tres velas una al lado de otra, frente al espejo; se tomaron de las manos y comenzaron a repetir el nombre las tres al unísono. Una y otra vez, al principio nada sucedió. Luego de unos instantes, cuando ya casi creían que nada pasaría, el espejo comenzó a oscurecerse. Una niebla negra parecía querer entrar a la habitación desde detrás del vidrio. La luz de las velas ya no se reflejaba en el cristal. Tampoco sus tres rostros. De pronto, una figura blanca comenzó a caminar hacia ellas, parecía venir del fondo de la habitación. Miraron hacia atrás, pero solamente estaba en el espejo. Una joven pálida cuyos ojos miraban hacia el suelo, se acercó a ellas y entonces las miro. Había tanta furia y tanto odio en esa mirada que retrocedieron. Mary grito, su voz amortiguada por el vidrio se oyó opaca y chirriante, y el sonido de una campana, teñida con desesperación, inundo el cuarto. Un escalofrió recorrió el cuerpo de las tres amigas. Cuando lanzo hacia ellas sus manos, pudieron ver sus uñas destrozadas, los dedos sangrantes. El cristal había desaparecido. En el último minuto lo recordaron: la campana que había hecho sonar Mary desesperadamente, y que nadie había escuchado. La campana que presagiaba la muerte. Mary estaba ahora dentro del cuarto. Al acercarse, un soplo helado las inmovilizo, gritaron.
La lluvia cayó durante toda la noche sobre los techos. En el primer piso las velas se consumieron hasta extinguirse. En la cocina, la comida que ya nadie comería se enfrió lentamente. Ahora la casa estaba otra vez en silencio. Mary, la sangrienta, como todos la llamaban había cobrado tres nuevas victimas.