Las 2 liebres

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
Registrado
10 Feb 2024
Mensajes
1.233
Reputacion
80
Karma
48
Bakalacoins
73
Hace mucho tiempo, en un país del interior europeo, existían dos niñas. Hermanas gemelas, nacidas en una nublada noche sin luna. Por el hecho de ser idénticas, sus padres acostumbraban a vestirlas también con ropa de modelo idéntico, pero de colores diferentes: una de ellas utilizaba combinaciones en tonos de rosa y rojo, mientras que la otra niña solía vestir ropa en tonos de negro y gris, el único color que tenían en común era el blanco.

Habían escogido estos colores por el estereotipo de la gemela mala y la gemela buena, a pesar de que ninguna había mostrado señales de un mal comportamiento hasta sus doce años de edad. Incluso a esa edad, continuaron idénticas, siempre juntas, y eso, en el caso de ellas, significaba belleza por dos. Sus cabellos, atrapados en una cola de caballo, formaban un gran montículo de color rojizo a cada lado de la cabeza. Sus ojos marrones brillaban de una forma tan intensa que parecían portales hacia sus pensamientos más ocultos.

Sus rostros pálidos siempre permanecían serenos debido al impecable comportamiento de ambas en todas las situaciones, a excepción de una. Cuando practicaban su juego favorito, las dos se inquietaban, y una gran sonrisa llena de felicidad se estampaba en sus rostros. Ellas eran invencibles en el juego de las atrapadas. Corrían veloces como liebres, y adoraban alardear de eso mientras corrían juntas de las manos.

“¡Dos niñas corriendo, dos, y a ninguna alcanzas!”

Esta provocación era su grito de guerra y, de hecho, nadie lograba alcanzarlas. Sus amigos enfurecían y siempre dejaban de jugar cuando ellas entraban al juego. Hasta que un día, unos amigos que no aguantaron más seguir perdiendo, las desafiaron a una carrera que, según ellos, sería decisiva para designar al más rápido de la escuela, y se llevaría a cabo después de clases, en un terreno baldío. Sus padres les habían ordenado que fueran directo a la casa como de costumbre.

La gemela vestida de rosa declinó el desafío, pero el orgullo de la gemela de negro la hizo aceptar la propuesta y comenzó una discusión entre las hermanas. Después de discutir durante algún tiempo, entre gritos la gemela de negro decidió que iría sola, la gemela de rosa se calló, simplemente le dio la espalda y se fue a casa. La gemela de negro sonrío triunfante. Ella tenía doce años, ¿qué podría salir mal?

Entonces, al llegar al terreno baldío, se encontró con una pista para la carrera, como esperaba, pero había mucho coraje en los ojos de sus compañeros. Las horas que vendrían serían muy tristes y dolorosas para la pequeña.

Si ella no hubiera escogido aquel día para hacer su primera terquedad, tal vez jamás hubiera conocido lo crueles que pueden llegar a ser algunos rituales. A cada vuelta que el segundero del reloj completaba, la pequeña de rosa se preocupaba más, y un mundo de dudas crecía en su interior. “Ding-dong”, sonó el timbre cuando eran las diez de la noche, ese mismo día. Al abrir la puerta, la madre de las pequeñas pegó un grito de terror y abrazó a su hija cubierta en sangre. El padre y la pequeña de rosa miraban sin poder reaccionar, tratando de comprender que era aquello en lo que se había convertido la pequeña de negro. Sus cabellos, antes de un fuerte color rojo, ahora se destacaban por un color blanco.

Sus ojos marrones y brillantes ahora eran de un verde claro, casi completamente opaco. Y a pesar de la sangre que la cubría por todas partes, no había señales de rasgaduras en su ropa, mucho menos de cortes en su pelo. Todos fueron al auto para dirigirse al hospital. Ninguno de los médicos tenía una explicación lógica para lo que había sucedido con la niña. No había alteración alguna de melanina que pudiera explicar el cambio de color, las heridas de donde salía la sangre cicatrizaron completamente en unas horas.

La salud de la niña era perfecta, por lo que sólo la limpiaron y la mandaron a casa, donde sus padres la interrogaron sobre lo sucedido, pero la niña dijo no recordar nada, además de pasar la tarde corriendo con sus amigos. Los meses pasaron y la niña ya no conversaba tanto con su hermana. Continuaban siempre juntas, pero casi siempre en silencio.

En el aniversario de los trece años de ambas, se decidió que harían una fiesta de disfraces, orgullosa del mayor atributo de sus hijas, la velocidad, la madre de las pequeñas confeccionó disfraces de liebres para las dos: para la primer pequeña un traje rosa con detalles en las rodillas, con una blusa blanca de mangas corta debajo, pantimedias de lana, también blancas, orejas de conejo color rosa, y sus dos colas de caballo sujetas con un elástico, zapatos rojos y un gran moño en la parte de atrás de la cintura, igualmente rojo.

Y, claro, para la segunda niña un modelo idéntico, pero todos los colores rosa cambiados por negro, y el rojo por gris. Las dos lucían hermosas en sus vestidos, la fiesta fue muy concurrida. De repente, un hombre alto, de mascara y vestido con una capa negra, se aproximó a las festejadas. Tras el agradecimiento de la pequeña de rosa y el silencio de la gemela de negro, les dijo que había escuchado hablar de la gran velocidad que tenían ambas, y las invitó a una ronda de carreras, proponiendo un premio muy especial. Luego de que la pequeña de rosa aceptó, se dirigieron a la parte externa de la casa, que se adentraba en un oscuro y aterrador bosque.

El hombre les dijo que les daría ventaja de un minuto y, sin otra salida, tomadas de las manos se adentraron en aquel bosque. En aquella noche, la enorme sonrisa del rostro de la pequeña de rosa no aparecía en el rostro de la pequeña de negro. Mientras una reía y se divertía, la falta de reacción de la pequeña de negro la incomodaba. Ella no resistió y gritó: “¡Dos niñas corriendo, dos, y a ninguna alcanzas!”

No hubo ninguna segunda voz que hiciera compañía. Ella grito de nuevo, pero su compañera permaneció en silencio. Irritada, soltó la mano de su hermana e hizo un grito de guerra diferente:

“¡Dos niñas corriendo, dos, pero a esta no la atrapas!”

Al gritar la última palabra, el cielo comenzó a retumbar y, asustada, la niña decidió volver. Volviendo a la casa, ya no estaba el hombre del traje negro, ni la pequeña de negro. La madrugada llegó y mientras sus padres buscaban en todas las delegaciones desesperadamente, la pequeña de rosa, acostada en su cama, en medio de la oscuridad de su cuarto, en el segundo piso de la casa, estaba preocupada por la desaparición de su hermana.

“¿Estará en casa cuando me despierte?” – pensó, pocos segundos antes de dormirse.

A las tres horas de la mañana en punto, la niña se despertó por el ruido de una ventana abierta. En la oscuridad, vio una silueta semejante a la de ella, muy cerca de las cortinas. Comenzó a sudar frio, y sus ojos casi escapaban de las cuencas. Era imposible, no había un balcón en la ventana, ¿cómo pudo haber entrado por ahí?

El corazón de la pequeña se aceleraba cada vez más, el aire comenzó a faltar en sus pulmones, y la caricia que ahora recibía del bulto empezó a ser más agresiva, de repente sus miembros fueron arrancados brutalmente de su tronco y engullidos por las sombras. La última imagen que vio antes de entregarse al dolor y a la agonía de la muerte, fue la de su amada hermana, sonriente, acostada a su lado diciendo claramente:

“¡Una niña corriendo, una. Y finalmente te atrapé!”

Se dice que si dos conejos de peluche, uno negro y otro rosa, son colocados debajo de la cama de quien desee jugar, y ese jugador este solo en casa a las tres de la mañana, y susurre en la ventana: “Un jugador, uno. Intenta atraparme”, un juego peligroso puede comenzar. También dicen que si hasta la seis nadie ha sido atrapado, el jugador será provisto de una diversión inigualable.