¿Por qué había sido que Ekiam se sentía tan solo en aquel pueblo, cuando tenía junto a él a todos sus amigos? Era una extraña sensación, que no había experimentado antes. A pesar de que estuvo todo un día pensando en ello, un golpe en la cabeza de parte de uno de sus compañeros de clase lo devolvió a la realidad. "Supongo que me habré quedado dormido", se dijo para sí mismo, pero esa idea se esfumó cuando se percató de las miradas asustadas que los demás le dirigían. Intentó ignorarlas durante lo que quedaba de lección.
Cuando el profesor mandó a todos al descanso, Ekiam se acercó a uno de sus amigos cercanos: Maike, el cual lo había acompañado desde que era pequeño. Sin embargo, apenas vio que Ekiam se acercaba, evitó la mirada de este como si se tratara de algo peligroso. Aunque ya se había dado cuenta de ello, Ekiam intentó hablar con él.
-Maike. ¿Puedes dejar de actuar como tonto y decirme qué pasó? –dijo, enfadado, como si le hubieran herido.
-Ya deberías saberlo, de todos modos eres tú el que de repente puso los ojos en blanco y dijo palabras en un idioma extraterrestre o algo así.
Ekiam observó extrañado a Maike, ¿qué rayos estaba diciendo? ¿Él, hablando en otro idioma y haciendo movimientos raros? No era posible, al fin y al cabo, siempre había sido un chico normal; como mucho, podría haber sido...
-No será culpa de aquel ritual que tú y yo hicimos de pequeños... ¿verdad?
Un recuerdo aterrador cruzó por la mente de ambos, provocándoles un intenso dolor de cabeza; los alumnos que se encontraban a su alrededor los observaron caer al suelo, pero no se molestaron en asistirlos. De cierta forma, tanto Maike como Ekiam comenzaron a sentirse solos, muy solos, y a caer en un sueño profundo, hasta que finalmente se derrumbaron.
Tiempo después, los jóvenes despertaron en la enfermería del colegio, encontrando sus miradas apenas abrieron los ojos. Habían notado cierto cambio, mínimo, pero que al fin y al cabo estaba presente. Maike se sentó en la cama, observando a su alrededor con somnolencia. Ekiam, por su parte, prefirió no moverse de su sitio y entrecerrar los ojos, fingiendo estar dormido, por si la enfermera entraba.
-¿De qué era aquel ritual? –preguntó Maike, como si deseara aliviar el aire pesado que los rodeaba a él y a su amigo, cosa que sólo logró aterrar a Ekiam, que se retorció violentamente envuelto en las sábanas.
-¿Por qué querrías recordarlo? Es algo que ya no importa, idiota. –contestó Ekiam de mala gana, esperando que Maike no contestara, para poder volver a dormir.
-Porque si es eso lo que tiene la culpa de todo lo que ha estado pasando, sería conveniente volver a intentarlo, por lo menos. Así nos quitaríamos un peso de encima, ya sabes.
-Cállate. –le reprochó Ekiam, frunciendo el ceño y destapándose con notable malhumor.
Ambos optaron por levantarse, rezando porque el atardecer finalmente estuviera devorando la poca luz del sol que quedaba; parecía que cuanta más luz había, más ganas tenían de dormir. La cabeza les estaba dando vueltas, se arrastraban sobre las paredes en busca de algo para apoyarse, hasta que llegaron a la salida del colegio.
Fue entonces que lo vieron por primera vez. El destello de una gema, o un ojo, en la oscuridad; intentaron ignorarlo, excusándose a sí mismos con el mareo, se saludaron y caminaron hacia sus respectivos hogares. Ekiam, quien padecía el dolor más intenso, no pudo evitar pensar que esa sombra había estado siguiéndolo a él todo el camino, que había dejado en paz a Maike. Y era cierto: cada vez que sus ojos cansados se daban vuelta, podía ver una figura humanoide observándolo desde las sombras. Finalmente, giró sobre sí mismo y encaró aquella presencia.
-Te he visto antes. Cuando era un niño. Tú me conoces a mí y a él, porque te vimos en el ritual. Eres nuestro "amigo imaginario", ¿verdad? ¿Qué nombre te había puesto? ¿Zalgo? –dijo, sarcástico.
La entidad permaneció impasible, pero el ligero movimiento de la zona donde acababa su figura indicaba que estaba afirmando con la cabeza; después de eso, unas extensiones que parecían ser brazos señalaron hacia el final de la avenida, justo en la esquina donde estaba el hogar de Ekiam. Él se asustó al percatarse de que la sombra sabía dónde se encontrba su casa, o más bien, dónde se encontraba el lugar donde estaba toda su familia: su madre estaba parada en la entrada del jardín, jugando alegremente con sus hermanos, mientras su mascota ladraba y saltaba a su alrededor.
Ekiam fingió no preocuparse por los actos de esa cosa, subiendo la cuesta de la colina donde se encontraba su hogar, y se arrepintió de no haber llevado ropa más ligera a la escuela, pues la luz del sol lo hacía sudar sin control, y debido a que siempre había sido albino, la piel le ardía. Pero lo que más le preocupaba era que se sentía con más energías a medida que el sol comenzaba a ocultarse, cosa que nunca le había sucedido.
Maike, por su parte, se encontraba tropezando por la acera en medio de la multitud, molestando a cada peatón que se cruzaba frente a él. Los ojos le dolían, y la cabeza más aún. Parecía que fuera a desmayarse en cualquier momento, y sólo lograba seguir gracias a la ayuda de una figura misteriosa que lo había estado siguiendo desde que se separó de Ekiam. Avanzaba con torpeza, intentando no caer al suelo, pero con cada paso que daba el dolor lograba vencerlo una vez más.
El sol parecía consumir su conciencia a medida que se dirigía a su casa, quizá porque se estaba ocultando justo por el lado al que Maike estaba caminando, pero la oscura presencia que lo alentaba a continuar no parecía verse afectada por la luz.
-Creo que te he visto antes, cuando él y yo... ¿tu nombre era Zalgo, verdad?
La sombra hizo un leve movimiento con la parte que se asemejaba a una cabeza humana, y ambos siguieron su camino.
Maike se encontraba inmóvil con el lápiz en su mano, como si fuera una estatua, haciendo bocetos invisibles en el aire, intentando rememorar algo. A pesar que tanto él como Ekiam habían tenido un caso serio de amnesia en su infancia, que sabía que no iba a encontrar nada en su memoria, quería intentarlo, a ver si encontraba una explicación para los repentinos cambios que habían sufrido. "Zalgo", por su parte, merodeaba por la habitación de Maike observando todo lo que le parecía curioso, como los dibujos que solía colgar en las paredes, o su ropa. No parecía reaccionar ante los cambios bruscos, como los libros cayéndose o los ladridos de su perro, que parecía poder verlo también.
Maike sólo pudo escribir algo en el cuaderno, inconscientemente, mientras veía a Zalgo hacer de las suyas en el cuarto. Cuando se dio vuelta y volvió a examinar las hojas en blanco, se encontró con dos palabras escritas: "Callejón" y "Pared", que al principio no logró reconocer, pero su mente se blanqueó cuando se percató de que había oído eso antes, en algún sitio. Sin dudarlo, llamó a Ekiam, que para esas horas ya debería estar dormido, pero no le importó.
La voz pesada de Ekiam respondió con algo de sorna.
-¿Encontraste algo, Holmes? ¿A cuántos psicólogos visitaste antes de entender que no nos pasa nada? -dijo, burlón, a pesar de que segundos antes había soltado un bostezo. Aunque Ekiam solía ser sarcástico, había algo de molestia en su forma de hablar.
-Cállate y escucha. Cuando hicimos ese juego, estábamos en un callejón, ¿verdad?
-Sí, ¿y?
-Que tengo una ligera idea de qué fue lo que invocamos aquella vez, o más bien, sé donde podemos obtener todas las respuestas. Si es que no estás siendo perezoso como siempre, ven a buscarme mañana por la tarde.
-Vale, todo sea para probar que tus teorías conspirativas son una decepción.
Ekiam, aún insatisfecho por el corto sueño que había tenido antes de que Maike lo despertara, tomó la primera chaqueta que vio arriba de la silla junto a su escritorio y no se molestó en quitarse la ropa para dormir. Cuando bajó, se encontró a sus padres aún borrachos por la "celebración" que habían tenido (que no era más que un par de botellas una vez al mes, sin explicación) y bailando frente a la televisión. Tomó una de las tostadas quemadas que su madre había hecho, ya que era pésima cocinando, y cruzó la puerta con un aura deprimente.
Maike, por su lado, ya había tomado su cuaderno y su bolígrafo dentro de un bolso pequeño, y bajó las escaleras de un salto. Nadie había en casa, sólo su perro, y una nota pegada al refrigerador que decía "Hoy fuimos al restaurante que prometimos hace tanto tiempo. Volvemos a las 8PM". No le importaba demasiado que nadie estuviera para vigilarlo, es más, la sensación de victoria era aún más grande por el hecho de que sus padres no iban a interferir. Aguardó sentado en el sofá del salón, con los ojos caídos por el sueño, dormitando, pero siempre atento para poder escuchar el timbre cuando Ekiam viniera por él.
Fue cuando Maike estaba a punto de dormirse completamente que Ekiam llegó, apurado, con un rostro de notable malhumor. Al darse cuenta del cabello despeinado de su amigo y sus gafas torcidas, se enteró que había estado durmiendo, mientras él corría diez manzanas para llegar hasta su casa; no pudo evitar apretar los puños y dirigir la mirada hacia otro lado.
-¿Nos vamos? -dijo, refunfuñando.
-Cuanto antes, pero tengo una duda, ¿tú también puedes ver a la sombra que tengo detrás mío? Su nombre es...
-Zalgo, ¿verdad? -concluyó Ekiam.
Ekiam se puso a un lado de la puerta para que Maike pudiera ver que, a sus espaldas, una figura humanoide de color oscuro lo aguardaba en la entrada del jardín. Al principio no dio mucho crédito a aquella visión, pero luego volvió a mirar hacia atrás, y "su" sombra seguía detrás suyo. Entonces comenzó a hablar sobre muchas cosas sin que Ekiam escuchara, pero sí oyó "Pared" y "Sombra", palabras que le recordaron visiones dolorosas y antiguas.
Tomaron la bicicleta de Ekiam para llegar hasta el callejón que separaba dos ruinosos edificios del oeste de la ciudad, dividiendo un paisaje desolador por la mitad, dando una extraña sensación de inconformidad. Mientras Ekiam pedaleaba, Maike se mantuvo vigilando a "Zalgo", que los seguía de cerca a una velocidad increíble para la paciencia con la que se había movido hasta ese momento. El muchacho tomaba notas de cada anomalía que notaba en el comportamiento de la criatura, tales como repentinos traspiés que daba en el espacio, o cambios en su apariencia; Ekiam, cansado, lo observaba con molestia, ya que no comprendía su capacidad para seguir siendo tan curioso en esa situación.
Finalmente llegaron a su destino, donde aún yacían restos de materiales estúpidos para realizar rituales absurdos, ya que era el sitio por excelencia a donde iban todos los supersticiosos a hacer esa clase de cosas. Los dos amigos se sintieron muy avergonzados de haber estado allí cuando eran pequeños, e hicieron todo lo posible por evadir el tema hasta que hubieran entrado en la oscuridad. Su nerviosismo se hacía notar con cada temblor en sus piernas, sudaban a pesar del frío de aquella noche, sus manos sostenían las linternas que habían llevado con indecisión.
Es aquí, ¿verdad?
-¿Qué dijiste, Maike? -preguntó Ekiam, dejando sus párpados caer por el sueño, y reemplazando el miedo que había sentido unos minutos antes por pesada somnolencia.
-Yo no hablé. -respondió Maike, haciendo caso omiso de la extraña voz que seguía recordando las palabras "Aquí, ¿verdad" en su cabeza.
Restándole importancia a esos extraños sucesos, convenciéndose de que se estaban dejando sugestionar por los recuerdos de su infancia, siguieron internándose cada vez más en ese callejón, que parecía no tener un final. Ambos se preguntaron cuántos minutos llevaban caminando, hasta que se decidieron a voltear, y regresar al lugar donde habían dejado la bicicleta; sin embargo, tal y como había sucedido con el final, tampoco podían regresar al inicio, pues la avenida parecía alejarse con cada paso que daban.
-Bueno... ya no podemos negar que aquí pasa algo raro. Tenemos que seguir caminando, o buscar algo interesante por este lugar, ¿qué te parece? -dijo Maike, fingiendo ajustar el cuello de su camisa para limpiarse el sudor, tomando su linterna con fuerza.
-Sí -respondió Ekiam secamente, como si no le importara, y observó a Maike con ojos vacíos-. ¿No saldremos de aquí, verdad? -preguntó finalmente, desesperanzado.
Maike, que había estado anotando cosas incomprensibles en su libreta, levantó la vista para revelar las lágrimas que brotaban de sus ojos. Moqueaba constantemente. La seguridad que había mostrado hasta ese momento se había ido volando con sólo una frase que él mismo había dicho, y la situación no les ayudaba a tener esperanza.
-¡No lo sé! Sólo... podemos intentarlo.
-Está bien, vamos.
Ambos tenían el corazón roto, el orgullo herido, no sólo por el miedo de estar en un sitio que había cambiado tanto después de una década de haberlo visitado, sino porque sabían que nadie los había enviado allí, y que el problema en el que se encontraban era por su propia culpa. Decenas de preguntas acechaban sus cabezas: ¿Qué dirían sus familias? ¿Los encontrarían siquiera? ¿O sus cadáveres iban a yacer ahí por siempre?
O la peor de todas: ¿De verdad iban a morir?
Con la tensión que les producía estar atrapados en un sitio tan pequeño que llegaba a ser claustrofóbico, no notaron la ausencia de Zalgo, quien hacía poco había estado observándolos desde el principio del callejón. Sin embargo, Maike, quien fue el primero en perder la paciencia, fue el que se dio cuenta de que la entidad no estaba junto a ellos, pero no se molestó en buscarla. Luego de que él y Ekiam hubieran estado buscando durante media hora entre botes de basura y suciedad, encontraron un pequeño cofre enterrado bajo años de tierra mojada.
-¿Qué es esto? -preguntó Ekiam, adormecido y confundido.
-¿Cubil Animae? -respondió Maike, con otra pregunta, mientras examinaba dónde podía hallarse la cerradura. Finalmente, una pequeña ranura debajo de la tapa reveló que era un botón, lo presionaron y pudieron ver que dentro del misterioso objeto sólo había el dibujo de una pared de ladrillos, y múltiples bocetos de cosas que se asemejaban a bocas humanas.
-¡¿Qué clase de broma es esta?! -explotó Ekiam, estrujando la hoja de papel con fuerza, rompiéndola en trozos pequeños. Estaba tan frustrado que se llevó un par de ellos a la boca, mordiéndolos con una expresión furiosa.
-Cálmate, debe ser...
Ekiam, quien estaba a punto de golpear a Maike debido a sus vanos intentos de contenerlo, fue interrumpido por una voz que hablaba torpemente, pero que parecía muy lejana, por el eco que provocaba:
-¿Cuánto más piensan seguir jugando, amigos míos? Ya volví, soy yo, Zalgo, quien ustedes crearon cuando apenas tenían seis años de edad, mediante un ritual que pensaron era "absurdo". Quizá piensen que voy a hacerles daño -exclamó, volviendo a su forma original, la de una simple sombra que los observaba desde el principio del callejón-, pero la realidad es que los necesito conmigo.
Maike y Ekiam se observaron, aterrorizados, pero sus expresiones se fueron deshaciendo al mismo tiempo que sus rostros: como si de arena se tratase, la piel de ambos comenzó a deshacerse y a fundirse en una horrible amalgama que fusionaba el cuerpo de ambos. Las manos de Ekiam, que siempre habían sido duras y gruesas, quedaban reducidas a huesos polvorientos y nervios. Maike, que tenía algo de sobrepeso, reducía su volumen hasta el punto de ser sólo una masa seca de tejido.
-Bueno, quién lo diría, mis amos son los que me acompañarán por toda la eternidad.
Zalgo, quien había cobrado una voz más gruesa y espectral, alzó unas protuberancias similares a manos que tomaron algo del interior de las chaquetas de Maike y Ekiam: una pequeña esfera reluciente extraída del cofre que habían encontrado, y una vela, que Ekiam había llevado "por si se acababan las linternas". Quienes habían sido los anteriores dueños de la entidad se convirtieron en sus eternos trofeos.
«[...] en su mano derecha sostiene una estrella muerta, y en su mano izquierda sostiene la vela [...].»
~ Zalgo.
Cuando el profesor mandó a todos al descanso, Ekiam se acercó a uno de sus amigos cercanos: Maike, el cual lo había acompañado desde que era pequeño. Sin embargo, apenas vio que Ekiam se acercaba, evitó la mirada de este como si se tratara de algo peligroso. Aunque ya se había dado cuenta de ello, Ekiam intentó hablar con él.
-Maike. ¿Puedes dejar de actuar como tonto y decirme qué pasó? –dijo, enfadado, como si le hubieran herido.
-Ya deberías saberlo, de todos modos eres tú el que de repente puso los ojos en blanco y dijo palabras en un idioma extraterrestre o algo así.
Ekiam observó extrañado a Maike, ¿qué rayos estaba diciendo? ¿Él, hablando en otro idioma y haciendo movimientos raros? No era posible, al fin y al cabo, siempre había sido un chico normal; como mucho, podría haber sido...
-No será culpa de aquel ritual que tú y yo hicimos de pequeños... ¿verdad?
Un recuerdo aterrador cruzó por la mente de ambos, provocándoles un intenso dolor de cabeza; los alumnos que se encontraban a su alrededor los observaron caer al suelo, pero no se molestaron en asistirlos. De cierta forma, tanto Maike como Ekiam comenzaron a sentirse solos, muy solos, y a caer en un sueño profundo, hasta que finalmente se derrumbaron.
Tiempo después, los jóvenes despertaron en la enfermería del colegio, encontrando sus miradas apenas abrieron los ojos. Habían notado cierto cambio, mínimo, pero que al fin y al cabo estaba presente. Maike se sentó en la cama, observando a su alrededor con somnolencia. Ekiam, por su parte, prefirió no moverse de su sitio y entrecerrar los ojos, fingiendo estar dormido, por si la enfermera entraba.
-¿De qué era aquel ritual? –preguntó Maike, como si deseara aliviar el aire pesado que los rodeaba a él y a su amigo, cosa que sólo logró aterrar a Ekiam, que se retorció violentamente envuelto en las sábanas.
-¿Por qué querrías recordarlo? Es algo que ya no importa, idiota. –contestó Ekiam de mala gana, esperando que Maike no contestara, para poder volver a dormir.
-Porque si es eso lo que tiene la culpa de todo lo que ha estado pasando, sería conveniente volver a intentarlo, por lo menos. Así nos quitaríamos un peso de encima, ya sabes.
-Cállate. –le reprochó Ekiam, frunciendo el ceño y destapándose con notable malhumor.
Ambos optaron por levantarse, rezando porque el atardecer finalmente estuviera devorando la poca luz del sol que quedaba; parecía que cuanta más luz había, más ganas tenían de dormir. La cabeza les estaba dando vueltas, se arrastraban sobre las paredes en busca de algo para apoyarse, hasta que llegaron a la salida del colegio.
Fue entonces que lo vieron por primera vez. El destello de una gema, o un ojo, en la oscuridad; intentaron ignorarlo, excusándose a sí mismos con el mareo, se saludaron y caminaron hacia sus respectivos hogares. Ekiam, quien padecía el dolor más intenso, no pudo evitar pensar que esa sombra había estado siguiéndolo a él todo el camino, que había dejado en paz a Maike. Y era cierto: cada vez que sus ojos cansados se daban vuelta, podía ver una figura humanoide observándolo desde las sombras. Finalmente, giró sobre sí mismo y encaró aquella presencia.
-Te he visto antes. Cuando era un niño. Tú me conoces a mí y a él, porque te vimos en el ritual. Eres nuestro "amigo imaginario", ¿verdad? ¿Qué nombre te había puesto? ¿Zalgo? –dijo, sarcástico.
La entidad permaneció impasible, pero el ligero movimiento de la zona donde acababa su figura indicaba que estaba afirmando con la cabeza; después de eso, unas extensiones que parecían ser brazos señalaron hacia el final de la avenida, justo en la esquina donde estaba el hogar de Ekiam. Él se asustó al percatarse de que la sombra sabía dónde se encontrba su casa, o más bien, dónde se encontraba el lugar donde estaba toda su familia: su madre estaba parada en la entrada del jardín, jugando alegremente con sus hermanos, mientras su mascota ladraba y saltaba a su alrededor.
Ekiam fingió no preocuparse por los actos de esa cosa, subiendo la cuesta de la colina donde se encontraba su hogar, y se arrepintió de no haber llevado ropa más ligera a la escuela, pues la luz del sol lo hacía sudar sin control, y debido a que siempre había sido albino, la piel le ardía. Pero lo que más le preocupaba era que se sentía con más energías a medida que el sol comenzaba a ocultarse, cosa que nunca le había sucedido.
Maike, por su parte, se encontraba tropezando por la acera en medio de la multitud, molestando a cada peatón que se cruzaba frente a él. Los ojos le dolían, y la cabeza más aún. Parecía que fuera a desmayarse en cualquier momento, y sólo lograba seguir gracias a la ayuda de una figura misteriosa que lo había estado siguiendo desde que se separó de Ekiam. Avanzaba con torpeza, intentando no caer al suelo, pero con cada paso que daba el dolor lograba vencerlo una vez más.
El sol parecía consumir su conciencia a medida que se dirigía a su casa, quizá porque se estaba ocultando justo por el lado al que Maike estaba caminando, pero la oscura presencia que lo alentaba a continuar no parecía verse afectada por la luz.
-Creo que te he visto antes, cuando él y yo... ¿tu nombre era Zalgo, verdad?
La sombra hizo un leve movimiento con la parte que se asemejaba a una cabeza humana, y ambos siguieron su camino.
Maike se encontraba inmóvil con el lápiz en su mano, como si fuera una estatua, haciendo bocetos invisibles en el aire, intentando rememorar algo. A pesar que tanto él como Ekiam habían tenido un caso serio de amnesia en su infancia, que sabía que no iba a encontrar nada en su memoria, quería intentarlo, a ver si encontraba una explicación para los repentinos cambios que habían sufrido. "Zalgo", por su parte, merodeaba por la habitación de Maike observando todo lo que le parecía curioso, como los dibujos que solía colgar en las paredes, o su ropa. No parecía reaccionar ante los cambios bruscos, como los libros cayéndose o los ladridos de su perro, que parecía poder verlo también.
Maike sólo pudo escribir algo en el cuaderno, inconscientemente, mientras veía a Zalgo hacer de las suyas en el cuarto. Cuando se dio vuelta y volvió a examinar las hojas en blanco, se encontró con dos palabras escritas: "Callejón" y "Pared", que al principio no logró reconocer, pero su mente se blanqueó cuando se percató de que había oído eso antes, en algún sitio. Sin dudarlo, llamó a Ekiam, que para esas horas ya debería estar dormido, pero no le importó.
La voz pesada de Ekiam respondió con algo de sorna.
-¿Encontraste algo, Holmes? ¿A cuántos psicólogos visitaste antes de entender que no nos pasa nada? -dijo, burlón, a pesar de que segundos antes había soltado un bostezo. Aunque Ekiam solía ser sarcástico, había algo de molestia en su forma de hablar.
-Cállate y escucha. Cuando hicimos ese juego, estábamos en un callejón, ¿verdad?
-Sí, ¿y?
-Que tengo una ligera idea de qué fue lo que invocamos aquella vez, o más bien, sé donde podemos obtener todas las respuestas. Si es que no estás siendo perezoso como siempre, ven a buscarme mañana por la tarde.
-Vale, todo sea para probar que tus teorías conspirativas son una decepción.
Ekiam, aún insatisfecho por el corto sueño que había tenido antes de que Maike lo despertara, tomó la primera chaqueta que vio arriba de la silla junto a su escritorio y no se molestó en quitarse la ropa para dormir. Cuando bajó, se encontró a sus padres aún borrachos por la "celebración" que habían tenido (que no era más que un par de botellas una vez al mes, sin explicación) y bailando frente a la televisión. Tomó una de las tostadas quemadas que su madre había hecho, ya que era pésima cocinando, y cruzó la puerta con un aura deprimente.
Maike, por su lado, ya había tomado su cuaderno y su bolígrafo dentro de un bolso pequeño, y bajó las escaleras de un salto. Nadie había en casa, sólo su perro, y una nota pegada al refrigerador que decía "Hoy fuimos al restaurante que prometimos hace tanto tiempo. Volvemos a las 8PM". No le importaba demasiado que nadie estuviera para vigilarlo, es más, la sensación de victoria era aún más grande por el hecho de que sus padres no iban a interferir. Aguardó sentado en el sofá del salón, con los ojos caídos por el sueño, dormitando, pero siempre atento para poder escuchar el timbre cuando Ekiam viniera por él.
Fue cuando Maike estaba a punto de dormirse completamente que Ekiam llegó, apurado, con un rostro de notable malhumor. Al darse cuenta del cabello despeinado de su amigo y sus gafas torcidas, se enteró que había estado durmiendo, mientras él corría diez manzanas para llegar hasta su casa; no pudo evitar apretar los puños y dirigir la mirada hacia otro lado.
-¿Nos vamos? -dijo, refunfuñando.
-Cuanto antes, pero tengo una duda, ¿tú también puedes ver a la sombra que tengo detrás mío? Su nombre es...
-Zalgo, ¿verdad? -concluyó Ekiam.
Ekiam se puso a un lado de la puerta para que Maike pudiera ver que, a sus espaldas, una figura humanoide de color oscuro lo aguardaba en la entrada del jardín. Al principio no dio mucho crédito a aquella visión, pero luego volvió a mirar hacia atrás, y "su" sombra seguía detrás suyo. Entonces comenzó a hablar sobre muchas cosas sin que Ekiam escuchara, pero sí oyó "Pared" y "Sombra", palabras que le recordaron visiones dolorosas y antiguas.
Tomaron la bicicleta de Ekiam para llegar hasta el callejón que separaba dos ruinosos edificios del oeste de la ciudad, dividiendo un paisaje desolador por la mitad, dando una extraña sensación de inconformidad. Mientras Ekiam pedaleaba, Maike se mantuvo vigilando a "Zalgo", que los seguía de cerca a una velocidad increíble para la paciencia con la que se había movido hasta ese momento. El muchacho tomaba notas de cada anomalía que notaba en el comportamiento de la criatura, tales como repentinos traspiés que daba en el espacio, o cambios en su apariencia; Ekiam, cansado, lo observaba con molestia, ya que no comprendía su capacidad para seguir siendo tan curioso en esa situación.
Finalmente llegaron a su destino, donde aún yacían restos de materiales estúpidos para realizar rituales absurdos, ya que era el sitio por excelencia a donde iban todos los supersticiosos a hacer esa clase de cosas. Los dos amigos se sintieron muy avergonzados de haber estado allí cuando eran pequeños, e hicieron todo lo posible por evadir el tema hasta que hubieran entrado en la oscuridad. Su nerviosismo se hacía notar con cada temblor en sus piernas, sudaban a pesar del frío de aquella noche, sus manos sostenían las linternas que habían llevado con indecisión.
Es aquí, ¿verdad?
-¿Qué dijiste, Maike? -preguntó Ekiam, dejando sus párpados caer por el sueño, y reemplazando el miedo que había sentido unos minutos antes por pesada somnolencia.
-Yo no hablé. -respondió Maike, haciendo caso omiso de la extraña voz que seguía recordando las palabras "Aquí, ¿verdad" en su cabeza.
Restándole importancia a esos extraños sucesos, convenciéndose de que se estaban dejando sugestionar por los recuerdos de su infancia, siguieron internándose cada vez más en ese callejón, que parecía no tener un final. Ambos se preguntaron cuántos minutos llevaban caminando, hasta que se decidieron a voltear, y regresar al lugar donde habían dejado la bicicleta; sin embargo, tal y como había sucedido con el final, tampoco podían regresar al inicio, pues la avenida parecía alejarse con cada paso que daban.
-Bueno... ya no podemos negar que aquí pasa algo raro. Tenemos que seguir caminando, o buscar algo interesante por este lugar, ¿qué te parece? -dijo Maike, fingiendo ajustar el cuello de su camisa para limpiarse el sudor, tomando su linterna con fuerza.
-Sí -respondió Ekiam secamente, como si no le importara, y observó a Maike con ojos vacíos-. ¿No saldremos de aquí, verdad? -preguntó finalmente, desesperanzado.
Maike, que había estado anotando cosas incomprensibles en su libreta, levantó la vista para revelar las lágrimas que brotaban de sus ojos. Moqueaba constantemente. La seguridad que había mostrado hasta ese momento se había ido volando con sólo una frase que él mismo había dicho, y la situación no les ayudaba a tener esperanza.
-¡No lo sé! Sólo... podemos intentarlo.
-Está bien, vamos.
Ambos tenían el corazón roto, el orgullo herido, no sólo por el miedo de estar en un sitio que había cambiado tanto después de una década de haberlo visitado, sino porque sabían que nadie los había enviado allí, y que el problema en el que se encontraban era por su propia culpa. Decenas de preguntas acechaban sus cabezas: ¿Qué dirían sus familias? ¿Los encontrarían siquiera? ¿O sus cadáveres iban a yacer ahí por siempre?
O la peor de todas: ¿De verdad iban a morir?
Con la tensión que les producía estar atrapados en un sitio tan pequeño que llegaba a ser claustrofóbico, no notaron la ausencia de Zalgo, quien hacía poco había estado observándolos desde el principio del callejón. Sin embargo, Maike, quien fue el primero en perder la paciencia, fue el que se dio cuenta de que la entidad no estaba junto a ellos, pero no se molestó en buscarla. Luego de que él y Ekiam hubieran estado buscando durante media hora entre botes de basura y suciedad, encontraron un pequeño cofre enterrado bajo años de tierra mojada.
-¿Qué es esto? -preguntó Ekiam, adormecido y confundido.
-¿Cubil Animae? -respondió Maike, con otra pregunta, mientras examinaba dónde podía hallarse la cerradura. Finalmente, una pequeña ranura debajo de la tapa reveló que era un botón, lo presionaron y pudieron ver que dentro del misterioso objeto sólo había el dibujo de una pared de ladrillos, y múltiples bocetos de cosas que se asemejaban a bocas humanas.
-¡¿Qué clase de broma es esta?! -explotó Ekiam, estrujando la hoja de papel con fuerza, rompiéndola en trozos pequeños. Estaba tan frustrado que se llevó un par de ellos a la boca, mordiéndolos con una expresión furiosa.
-Cálmate, debe ser...
Ekiam, quien estaba a punto de golpear a Maike debido a sus vanos intentos de contenerlo, fue interrumpido por una voz que hablaba torpemente, pero que parecía muy lejana, por el eco que provocaba:
-¿Cuánto más piensan seguir jugando, amigos míos? Ya volví, soy yo, Zalgo, quien ustedes crearon cuando apenas tenían seis años de edad, mediante un ritual que pensaron era "absurdo". Quizá piensen que voy a hacerles daño -exclamó, volviendo a su forma original, la de una simple sombra que los observaba desde el principio del callejón-, pero la realidad es que los necesito conmigo.
Maike y Ekiam se observaron, aterrorizados, pero sus expresiones se fueron deshaciendo al mismo tiempo que sus rostros: como si de arena se tratase, la piel de ambos comenzó a deshacerse y a fundirse en una horrible amalgama que fusionaba el cuerpo de ambos. Las manos de Ekiam, que siempre habían sido duras y gruesas, quedaban reducidas a huesos polvorientos y nervios. Maike, que tenía algo de sobrepeso, reducía su volumen hasta el punto de ser sólo una masa seca de tejido.
-Bueno, quién lo diría, mis amos son los que me acompañarán por toda la eternidad.
Zalgo, quien había cobrado una voz más gruesa y espectral, alzó unas protuberancias similares a manos que tomaron algo del interior de las chaquetas de Maike y Ekiam: una pequeña esfera reluciente extraída del cofre que habían encontrado, y una vela, que Ekiam había llevado "por si se acababan las linternas". Quienes habían sido los anteriores dueños de la entidad se convirtieron en sus eternos trofeos.
«[...] en su mano derecha sostiene una estrella muerta, y en su mano izquierda sostiene la vela [...].»
~ Zalgo.