Nigromancia

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Jinete Volad@r
Miron
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La invocación de los muertos, ya sea para realizar consultas, formular profecías o simplemente para utilizarlos con propósitos mágicos, es un hábito que se originó en la noche de los tiempos. Desde entonces la nigromancia ha sido considerada una práctica peligrosa, repulsiva, asociada a la brujería y la magia negra, lo cual no ha impedido que se la siga practicando en todas las culturas del mundo.

La nigromancia se basa en la idea de que la muerte otorga ciertos conocimientos sobre el pasado, el presente y el futuro, y que los muertos pueden ser obligados a trasmitirla siguiendo una serie de ritos mágicos.

En este contexto, el peligro de la nigromancia procede de los muertos, a quienes no les gusta ser perturbados e incluso se muestran agresivos cuando se los invoca por la fuerza.

En 1801, el ocultista Francis Barrett definió así a la nigromancia en su libro prohibido El mago (The Magus):

«...(la nigromancia) obtiene ese nombre ya que trabaja con los cadáveres y obtiene respuestas de fantasmas, apariciones y espíritus subterráneos, permitiéndoles salir de la cáscara de la muerte mediante infernales encantamientos, diabólicas invocaciones, sacrificios, y abominables oblaciones».

La profesión de los nigromantes es muy antigua. En la Antigua Grecia se los conocía como «evocadores», es decir, aquellos que eran capaces de invocar a las almas de los difuntos. Los mitos bíblicos también dan cuenta de sus actividades; de hecho, el Libro de Samuel, en el Antiguo Testamento, conserva una de las más famosas historias de nigromantes.

La Ley Mosaica prescribía la pena de muerte para todos los nigromantes (Levítico 20:27), aunque esta prohibición no siempre era observada en momentos de gran desesperación. Uno de los infractores fue nada menos que el rey Saúl de Israel, más precisamente durante su enfrentamiento con los filisteos, patrocinados por su rival más acérrimo, David.

Indeciso acerca de qué acción era más conveniente, Saúl le rezó a los profetas, pidiéndoles guía, pero éstos no respondieron. Entonces recurrió a la nigromancia. Consultó a la bruja de Endor, una prestigiosa pitonisa, quien realizó un oscuro ritual que obligó al espíritu del profeta Samuel a regresar de la muerte.

El profeta, visiblemente disgustado por la invocación, solo le trajo malas noticias a Saúl: los filisteos vencerían, David sería el nuevo rey y Saúl y sus hijos serían asesinados. Luego, el espíritu se desapareció.

Aquella profecía se cumplió, al menos en parte. Los filisteos vencieron, Saúl fue herido en batalla y luego se suicidó. David se convirtió en el nuevo rey de Israel, y la bruja de Endor permaneció en su cargo.

Este viejo mito hebreo registra una de las formas más comunes de la nigromancia: la invocación de los muertos. Sin embargo, hay otras facetas aún más horrorosas.

Otra reputada forma de nigromancia es la reanimación de cadáveres. No hablamos de revivir biológicamente un cuerpo muerto, sino de animarlo durante un lapso de tiempo al obligar al espíritu a regresar temporalmente a su cadáver.

Los rituales de la nigromancia varían notablemente: algunos se realizan en los cementerios, de noche, bajo la luna llena; mientras que otros, en cambio, se practican en recintos cerrados. Lo importante, en todo caso, no es el lugar donde se practica el rito sino la preparación del nigromante.

Los días que preceden a la invocación de los muertos son decisivos. El nigromante debe meditar mucho sobre el muerto que va a invocar, pero sobre todo obtener el visto bueno de las deidades del inframundo, sobre todo de Hécate.

Esto se logra realizando pequeños sacrificios y observando una dieta repulsiva: vinos agrios, pan negro y carne cruda de perro; según se dice, el manjar predilecto de los infiernos.

Algunos libros que registran los oscuros ritos medievales, como el Malleus Maleficarum, sostienen que los nigromantes comen diariamente la carne corrupta de los cadáveres insepultos. Esto, se cree, impide que los muertos invocados ataquen al nigromante, por quien sienten el más vivo rencor.

Si bien en casi todas las regiones se establecieron leyes en contra de la nigromancia, todos los pueblos la practicaron, pero solo los hebreos la consideraron una abominación.

En la República, Platón condena a la nigromancia como una práctica fraudulenta y reclama duras sanciones para quienes observen sus ritos. En este caso, Platón no creía que los nigromantes realmente fuesen capaces de invocar a los muertos, y mucho menos de revivirlos; solo los denuncia como simples estafadores.

Los cristianos, en cambio, sí creían en los poderes de los nigromantes; aunque no en la posibilidad de que los muertos regresen de ninguna forma concebible. Distintos tratados demonológicos afirman que no son los muertos quienes responden las consultas del nigromante, sino demonios que asumen la apariencia y el discurso de las almas humanas.

Tal vez la costumbre más odiosa de la nigromancia, y la más practicada de todas, aún por encima de la invocación con fines informativos, consiste en forzar a las almas de los muertos a realizar tareas indignas, casi siempre venganzas solicitadas por un tercero, que naturalmente pagaba una buena suma de dinero por el servicio.

En este sentido, el nigromante enviaba el espíritu hacia una persona en particular para causarle pesadillas, enfermedades y toda clase de infortunios.

Posteriormente, la teosofía asoció esta técnica de los nigromantes con el uso de parásitos, larvas y gusanos del plano astral; es decir, criaturas no humanas del bajo astral y formas del pensamiento; las cuales pueden ser dirigidas sobre un objetivo preciso aunque su influencia rara vez se prolonga más de unas pocas semanas.

Las leyendas de íncubos y súcubos se relacionan directamente con este tipo de prácticas nigrománticas.

La reanimación de cadáveres es, sin lugar a dudas, la práctica más misteriosa de la nigromancia.

La reanimación de cadáveres es una práctica compleja, prolongada, y con matices mórbidos que exigen de nosotros la más extrema prudencia. Reproducir este tipo de ritos de forma detallada sería realmente peligroso, de modo que solo daremos cuenta de una o dos curiosidades de forma más bien genérica.

En todos los rituales de reanimación, el cadáver siempre es colocado de pie en un dispositivo de hierro. Se queman hierbas mágicas sobre el vientre, la cabeza y el pecho. Los labios fríos se untan con la sangre del propio nigromante, como ya se dijo, nutrida por una dieta repulsiva.

Entonces comienzan los encantamientos, cuyo objetivo principal es hacer que el espíritu de la persona muerta regrese a su cadáver. Esto rara vez se consigue en las primeras horas. Normalmente el nigromante debe probar su vínculo con Hécate y otros dioses infernales para que el espíritu obedezca sus órdenes.

La boca del muerto es abierta utilizando un dispositivo de metal, usualmente de plomo. El nigromante acerca sus labios a la abertura y pronuncia una serie de órdenes y amenazas. Si lo asombroso ocurre, ocurrirá solo en ese momento.

La literatura clásica nos ofrece vívidas descripciones de esta práctica de los nigromantes.

El Canto VI de la Farsalia, de Lucano, relata el oscuro episodio de Ericta, una vil nigromante que reanima los cadáveres de los soldados muertos de la tropa de Pompeyo Magno, enemigo de Julio César. El procedimiento consistía en cortarles el cuello, colocarlos en una catacumba, de pie, completamente armados, y acto seguido respirar sobre ellos el hálito de las lamias.

El rito continuaba con la total apertura de la caja torácica, donde eran vertidas serpientes, sangre y hierbas mágicas. El cuerpo era dejado en la oscuridad durante tres noches consecutivas. Luego se los untaba con preparados diabólicos a base de tripas, piel de hiena, aceites y huesos. La propia Ericta realizaba sobre ellos una especie de comercio carnal de ultratumba, montando a los cadáveres de forma escandalosa.

Por las venas de los soldados difuntos corría un líquido negruzco que Lucano no detalla, lo cual les permitía atacar con una ferocidad inusitada aunque sus fuerzas declinaban rápidamente. Según se dice, de esta forma las tropas de Pompeyo Magno alcanzaron varias victorias memorables.

Si bien la obra quedó inconclusa, los diez cantos de la Farsalia conforman el documento más completo sobre la nigromancia en Roma.

Sin embargo, el documento más antiguo que se converva a propósito de la nigromancia es nada menos que la Odisea, de Homero.

Bajo la dirección de Circe, una poderosa hechicera, Odiseo viaja al inframundo, es decir, efectúa lo que se conocía como katabasis, el descenso hacia las regiones sombrías, con el objetivo de obtener conocimiento y la ayuda de los muertos. Irónico, Ovidio se burla de esta tradición en las Metamorfosis, y sostiene que los muertos solo simulan cierta ofuscación cuando son invocados. De hecho, aclara que éstos no son arrancados del inframundo propiamente dicho, sino de una región límbica —especie de mercado grotesco— donde los muertos se reúnen para intercambiar noticias y rumores sobre los vivos.

Ya en la Edad Media, el término «nigromancia» agrupaba otras actividades además de la invocación de espíritus y la reanimación de cadáveres. En general, refería a toda práctica satánica, desde los pactos con el diablo a la utilización de espíritus elementales para obtener riquezas, sabiduría y amor.

En este período, los nigromantes dejaron de ser vistos como personajes al margen de todo culto o adoración en particular. Se creyó que sus ritos blasfemos solo podían ser realizados con éxito con la ayuda del demonio, en cuyo caso se los transformó en sirvientes del infierno, como las brujas y los hechiceros.

La nigromancia fue condenada por el Vaticano y considerada una práctica prohibida; lo cual, lejos de negar su eficacia, solo sirvió para elevar su prestigio como posibilidad real. La inquisición la asoció directamente con la brujería; y aunque algunas brujas podían obtener el perdón y escapar del fuego si se arrepentían, los nigromantes carecían de ese beneficio. Su destino, con o sin confesión de por medio, fue la hoguera.

Incluso dentro de los libros clásicos de ocultismo y esoterismo, y aún en obras satanistas, la nigromancia fue vista como una herejía imperdonable. En otras palabras, hasta la magia negra la rechazó abiertamente. Semejante nivel de prohibición nos hace sospechar de la enorme popularidad de la nigromancia. De hecho, ni siquiera el sillón pontificio estuvo libre de acusaciones.

En 1080, durante el Concilio de Brixen, el papa Gregorio VII fue acusado formalmente de practicar la nigromancia. En 1409, durante el Concilio de Pisa, el papa Benedicto XIII también fue denunciado por el mismo cargo, con el agregado de haber contratado una corte de nigromantes para efectuar siniestros ritos en los salones del Vaticano.

Algo similar ocurrió con el papa Silvestre II, en quien se vio a un oscuro nigromante que logró traer al mundo a una súcubo muy famosa: Meridiana.