Me gusta cuando se comporta así, cuando me apreta con fuerza y pone su mejilla contra la mía. Me mueve con torpeza y mis piernas sostienen sus caderas, puedo escuchar su respiración chocar en mi cuello, sus manos se deslizan por mi espalda y mi piel se estremece con el suave roce de sus dedos.
A veces lo veo de nuevo, le sonrió desde lejos, avergonzado y nervioso detrás de sus lentes trata de evitarme. Cuando él cree que no estoy mirando, me mira.
¿No es lindo cuándo él se cree un santo? Tal vez yo soy la serpiente que se envuelve entre sus piernas, que sube por su espalda tratando de encontrar aquel indicio de debilidad. Lo he visto arrodillado, rezando con sus ojos cerrados, buscándole alguna solución a sus problemas.
Me ha dicho que Dios existe, que mi corazón no es malvado y mi mente es la simple guerra que su padre me encomendó en la tierra. No me gusta que me hable de eso antes de besarme.
A veces lo veo de nuevo, le sonrió desde lejos, avergonzado y nervioso detrás de sus lentes trata de evitarme. Cuando él cree que no estoy mirando, me mira.
¿No es lindo cuándo él se cree un santo? Tal vez yo soy la serpiente que se envuelve entre sus piernas, que sube por su espalda tratando de encontrar aquel indicio de debilidad. Lo he visto arrodillado, rezando con sus ojos cerrados, buscándole alguna solución a sus problemas.
Me ha dicho que Dios existe, que mi corazón no es malvado y mi mente es la simple guerra que su padre me encomendó en la tierra. No me gusta que me hable de eso antes de besarme.